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David Fernández
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Los ruin bars o bares en ruinas son uno de los mayores atractivos turísticos de Budapest. Después de la Segunda Guerra Mundial, el distrito VII de la capital de Hungría, principalmente habitado por judíos, quedó prácticamente abandonado.
Lentamente, magníficas casas y fincas fueron deteriorándose ante la falta de habitantes hasta que, en los últimos veinte años, jóvenes húngaros, sobre todo artistas, se mudaron a este barrio aprovechando el bajo precio de los alquileres y convirtieron aquellos palacetes ruinosos en enormes bares y pubs decorados de manera ecléctica.
La joya de los ruin bars es, sin duda, el Szimpla Kert, un homenaje a la cultura underground, con varias plantas y un bonito patio interior. En cada una de sus solariegas habitaciones, el visitante se topa con obras de arte contemporáneas, muñecos, candelabros convertidos en lámparas, pantallas de televisión, juegos de mesa, coches para el desguace, teléfonos viejos y cantidad de cachivaches de la época comunista.
Casi todas las salas cuentan con una barra donde pedir bebidas, el famoso palinka que abrasa la garganta, y muchas de ellas organizan espectáculos culturales, como bailes húngaros, obras teatrales, música en directo o proyecciones de cine.
La idea ha tenido tanto éxito que se ha exportado a otras ciudades europeas, como Berlín.
Algeciras es una ciudad inmejorable para llenarla de ruin pubs a tenor de la cantidad de edificios que se caen a pedazos, algunos en el mismísimo centro. ¿Quién no querría tener un bar en ruinas en la antigua Casa Millán de la Plaza Alta? ¿O en ese enorme caserón con dos plantas y ventanas vanas de la Plaza del Sur de Europa? Por no hablar de la Villa Vieja, donde hay más inmuebles decrépitos que habitados.
¿Y en los solares? ¿No podrían abrirse veladores marginales o alternativos? ¿Será por parcelas abandonadas, algunas con flora autóctona incluso, como los de la calle Baluarte antes de que, cualquier día, un cable pegue un chispazo y se produzca un incendio?
Otro asunto: a partir de las ocho de la tarde, las plazas de Algeciras quedarían desoladas si no fuera por los niños marroquíes y sus madres. En los aledaños el mercado Ingeniero Torroja y en la Plaza Alta permanecen jugando hasta el anochecer, con sus pelotas y patinetes. ¡Cuánta tristeza si no fuera por ellos!
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