Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Para que existan las cosas que nos rodean hay que nombrarlas. Me supongo que más de una o uno estará escarbando en su cerebro buscando cosas que existan y que no tengan nombre. Pues no. Esa mata de hierba que sale en tu arriate y se come al rosal, pensarás que sí tú la señalas con el dedo enhiesto ya existe, pero si te vas a la clasificación taxonómica que hizo Linneo y completó nuestro ilustrado Celestino Mutis, ya tiene un nombre. Y el saberlo le da unas propiedades universales al objeto que señalas con mucha más eficacia que lo que tu dígito airea.
Otro ejemplo que se me viene a la cabeza; desde mi más tierna infancia cuando me bañaba o simplemente paseaba por la playa de Campamento y Puente Mayorga hasta llegar a Guadarranque, en casi todas las ocasiones en las que había habido un temporal, además de pisar la broza traída hasta la orilla, nos llenábamos los piececitos de una masa infecta a la que genéricamente llamábamos “alquitrán”. Pero ese nombre no hacía justicia a lo que estaba generando. Cuando el desastre del Prestige asoló las costas gallegas y recibió el nombre de “chapapote”, subió de rango nominal y a la vez de desastre ecológico. En la Bahía de Algeciras estuvimos sujetos centenariamente a esa plaga pero no le habíamos dado un significado específico, y por tanto nadie le dio la importancia que tenía.
Pues todo este amplio preámbulo que he hecho es para decirles que ahora, para mí, este mes que iniciamos ha dejado de ser lo que era. Nombrarlo ya no tiene el significado que ha tenido durante sesenta años. El significante y el significado no coinciden.
Creo que alguna vez he comentado aquí que para mí desde la primaria escolar, los años no se iniciaban en enero, sino en septiembre. Hoy he sentido ese cambio de olor en el aire y de color en el cielo, aunque ya no estoy segura si el Veranillo de los Membrillos me hará igual de fatigoso este mes, o será más de lo mismo que nos ha atormentado este largo y tórrido verano. Empieza a no ser previsible. Y yo que no me consideraba rutinaria me he dado cuenta que necesito asirme a ese nombrar las cosas, los hechos y que tengan sentido, aunque esté anímicamente despistada; por eso, como no quiero dejar que septiembre pierda el valor que ha tenido de inicio para mí y se revista con otra percepción, lo invoco con el significado que siempre tuvo y les deseo que vuelvan a sus quehaceres sin agobios y sin que nos den la lata los que solo vemos catástrofes. Y para dejarlo clarito, también me lo deseo a mí, aunque “todo fluya”, Heráclito dixit.
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