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Más irritables, más estresados y más agresivos. Lo paradójico de esta escalada del estado de ánimo es que nos ocurra justo en verano y que, en lugar de desconectar y descansar, saltemos por todo, no aguantemos ni una y nos tiremos los trastos a la cabeza. En sentido figurado y real. Y en un doble plano: el real de la subida de temperaturas que estamos sufriendo este verano (en toda Andalucía hemos rebasado la media de toda la serie histórica) y el psicológico que tiene que ver con nuestro comportamiento.
Son numerosos los estudios que ya relacionan el sofoco del mercurio con el empeoramiento de la salud mental, con el aumento de visitas a las urgencias psiquiátricas y hasta con el riesgo de sufrir accidentes de tráfico. Leía hace unos días que las probabilidades de tener un siniestro aumentan un 20% en momentos críticos de calor y que, si no nos hidratamos bien, cometemos errores similares a alguien que tiene un nivel de 0,8 de alcohol en sangre. Resulta una obviedad (medible) que a todos nos baja la productividad del mismo modo que, en personas con depresión y trastornos de ansiedad, el calor extremo se convierte en un foco de alteración y frustración. Un cóctel explosivo. Ese que transita de las olas de calor a las olas de crímenes. Con homicidios de película como el que ha acaba de protagonizar el hijo de Rodolfo Sancho en Tailandia (ni sabía de la existencia de este joven chef que entronca con el Curro Jiménez y el Fernando el Católico de nuestro imaginario colectivo) a la ignominia de los (anónimos) asesinatos machistas que se han disparado desde julio.
“Ni borrachos ni monstruos”. Nos lo recuerdan expertos como Miguel Lorente cuando nos alertan del impacto del “negacionismo” y nos advierten del “empoderamiento” que se está produciendo entre los agresores cuando sienten que sus crímenes no tienen un reproche tan severo. Porque las mentiras calan y la intoxicación, más. Con la marcha de Espinosa de los Monteros (qué triste poner a la familia como excusa cuando no importaría lo más mínimo si, en lugar de gestionar una derrota electoral, se estuvieran repartiendo cargos de ministros), no dejamos de hablar de la lucha de poder en la cúpula de Vox sin ser conscientes de que el mayor peligro de la ultraderecha (más o menos liberal) ya se ha infiltrado en forma de manipulación. El calor aprieta pero no puede ser excusa ni coartada de nuestros desvíos individuales ni colectivos. Piénselo la próxima vez que se enfade y toque el claxon: ¿seguro que hacía falta?
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