Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
En nuestra rueda vital hay ciclos que se repiten. La cadena humana que ha habitado las distintas latitudes del planeta desde hace unos 9.000 años a.C, allá por Chatal Üyuk en los más tempranos momentos, hasta unos 5.000 años a.c en los más recientes, habían aprendido por observación de los cambios en sus paisajes, que existían fenómenos que se repetían y eso les facilitó para su comprensión de la realidad señalarlos en su calendario de vida con un ritual que les organizaba y simplificaba esta.
Las hojas de los árboles que iban cambiando de verdes a tonos dorados o que se perdían de ellos, les llevó a nombrar el otoño, cada uno en cientos de lenguas distintas; el invierno comenzaba con esos días más cortos y el frío en los huesos, y el agua que llegaba brava o mansa. La primavera que con suaves y a la vez brillantes tonos les susurraba que todo iba a resurgir y crecer y había que preparar tierras y labores y el Estío era ese apogeo de lo que antes se sembró y ahora se recogía. A estos períodos naturales, los humanos añadimos cambios y cambios en función de nuestras necesidades, o incluso en las necesidades de los menos. Organizamos esquemas jerárquicos fijos. Explicamos nuestra presencia según lo que se necesitase. Buscamos “buenos” y “malos” si algo fallaba en ese esquema que partió de la experimentación, del empirismo más visible, y sobre él se desarrollaron cientos de Cosmogonías.
Ahora, mientras escribo esta columna, el calor brutal se abate desde casi junio sobre nuestras casas, calles y parques. Nuestra referencia eran las ciudades del interior de Andalucía. Para saber el calor que hacía en ese verano, además del que en la costa podíamos sentir, para recrearlo, como si de unas santas y mártires pensábamos en Sevilla, en Écija, la Sartén de España; lo que se debía de sudar en Córdoba o en la Meseta española o… Ahora, en este verano tórrido no hace falta pensar ni fijarse en los mapas meteorológicos que nos muestran una península roja por sus cuatro costados, ni en esas imágenes de otros países como la épica Grecia con la acrópolis de Atenas rodeada por las llamas. Es mucho más fácil, es solo abrir la puerta del horno en que se ha convertido nuestra casa, y sentir que fuera se están haciendo verdad los distópicos paisajes de Mad Max. Y rodeándonos la Corriente del Niño, que con justicia poética, en sus aguas los mares y océanos recalentados nos devuelven las miles de toneladas de plásticos y vertidos tóxicos y ha dicho hasta aquí llegó vuestra ignominia. A ver si sois capaces de saber qué os vendrá después, ¿Negacionistas del cambio climático?, Poseidón nos contesta con una voz ígnea, ¡Necios!
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