‘Tribunus plebis’

No vengo a sentar cátedra más allá de la que yo me aplique a mí mismo

29 de mayo 2024 - 00:45

Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”. Así rubricaba el grandioso director Ridley Scott, en boca de otro gigante del séptimo arte, Russell Crowe –enfundado en la piel del general romano caído en desdicha y posterior gladiador Máximo Décimo Meridio– una de las más icónicas y célebres frases de la historia del cine contemporáneo.

Y eso, precisamente eso, es la tarea que este humilde tribuno ha venido a desempeñar. Ha venido a aprovechar la atalaya, esa posición elevada que este periódico me ofrece, para otear el horizonte de nuestra realidad. La realidad de una ciudad enclavada a las orillas de un mar al que los romanos llamaban “nuestro”, el Mare Nostrum, nuestro Mediterráneo, nuestra Línea.

A este servidor una vez definieron, y muy bien, como un “linense expatriado de forma voluntaria en Sevilla”, a lo que me gustaría añadir, “con línea directa –como si del teléfono rojo se tratara– con su ciudad”. Aprovechará el vértigo de estas líneas, esta tribuna de opinión, para plasmar sus sentimientos, sus emociones, sus desvaríos y locuras, sus vivencias o sus recuerdos.

Así es como este tribuno buscará dejar su “eco en la eternidad”, en la eternidad del papel en blanco, del café de la mañana, del vermú de las doce o de la comida en tempranas horas de la tarde, en la eternidad de las charlas de sobremesa, de los debates de los vecinos, de las cenas familiares bien entrada la noche, ahora que el verano asoma por la esquina, cobijadas bajo las brisa fresca de los patios.

No vengo a sentar cátedra más allá de la que yo me aplique a mí mismo; la de los demás es propiedad de cada uno y en esos terrenos no me meto. Vengo a que disfrutemos de las mieles de una ciudad a veces tan castigada por el yugo de la opinión pública. A contarte cómo se deshoja el calendario de tu tierra lejos de ella, a emborracharnos con los éxitos de los paisanos, los tuyos o los míos. A contarte qué se siente cuando entre la espesura verde y abrupta de la Ruta del Toro, de la nada, sin esperarlo, ante tus ojos se abre la inmensidad de la luz, allí donde se abrazan el cielo y el mar y ves su silueta rocosa recortada entre los rayos del sol. Suspiras y piensas: “Ya estoy en casa”.

A que, como las estatuas parlantes de Roma, establezcamos un diálogo que nos haga eternos y que cuando el tiempo haya plateado nuestras sienes, en la eternidad digital, podamos revisitar todo lo que nos dijimos. Y quizás me vuelva a decir lo mismo, cambie de idea o no me diga nada. Eso se lo dejo a usted. Tribunus plebis.

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