Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La verdad es que cada día cuesta más trabajo encontrar gente con principios, de ese tipo de personas que si te dan la mano están firmando un contrato sin necesidad de garabatear nada y sin tener que registrar veinte copias de lo hablado en los despachos más ilustrados de la ciudad.
Vivimos en la era de los chuflas, de los veletas que hoy te dicen una cosa y mañana van pregonando a los cuatro vientos que eso nunca salió de sus bocas, de los que a la cara son incapaces de cantarte las cuarenta y a las espaldas van acuchillándote sin piedad y vendiéndote por un puñado de higos secos. Vivimos en la era de los ignorantes de todo y sabios de nada, que se enfundan cada el día el birrete de catedráticos en barras de bares y en la redes sociales, donde en muchas ocasiones utilizan identidades falsas para poder engordar el tamaño de sus acusaciones sin ser descubiertos.
Y es que vivimos en la era de los pancistas, de esos que son llamados a todos los saraos para servir de bufones a traficantes, políticos y cantamañanas, que en los convites se colocan a la salida de los camareros para vanagloriarse de vaciar las bandejas antes que lleguen al resto de comensales y que te llaman con la boca llena desde la otra esquina para que copies tan asqueroso comportamiento.
Y lo peor es que cada vez cuesta más encontrar a esos que en tu ausencia son capaces de sacar pecho por ti y, en el peor de los casos, piden que no te despellejen en su presencia; quedan pocos de los que te hablan mirándote a los ojos y te dicen que has metido la pata con tal o cual comportamiento; quedan pocos de los que te llaman cuando el teléfono deja de sonar; y cada vez son menos los que te entienden sin preguntarte.
Estamos inmersos en el paraíso de la mediocridad, de gente presumiendo de no haber leído un libro, de enemigos declarados que no te conocen de nada y que reniegan de ti porque un conocido les contó alguna historia no contrastada escuchada en el pasillo del centro de salud del barrio.
Vivimos rodeados de mentecatos y cada vez cuesta más espulgar para ir sacándolos del zurrón de las amistades, porque ciertamente nunca conquistarán el honor de la amistad y sólo aspirarán a ser los traidores más poderosos del barrio, los titiriteros de otros bastardos que hacen grupo para deglutir a gentes honestas que huyen del circo de la mediocridad.
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