Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
el mástil
EECUERDO que en mi infancia parecía predominar, o era que yo lo percibía así, familias con hijos todos de los mismos padres y a la vez éstos, felizmente unidos, o no, pero no me viene a la memoria alguno separado.
Estas estructuras familiares tradicionales se han convertido casi en excepciones y son nuevos núcleos familiares los que se imponen pisando fuerte desde hace mucho, dejando bien patente que es más posible que lo que dios ha unido, lo separe el hombre.
Ahora, muchas nuevas parejas aportan a otros nidos de amor hijos de relaciones anteriores y es normal que sea difícil para los jóvenes adaptarse a tener que convivir como en familia con alguien que en un principio no lo es, con el que tienes que compartir tu padre o tu madre y al que puedes llegar a culpar de haberte arrebatado tu sosiego del que creías era tu hogar.
Los hijos de padres separados son material delicado y es deber de los adultos despechados que no sean los damnificados en las guerras del desamor. Ellos suelen ser bandera blanca entre dos frentes armados hasta los dientes de reproches y exigencias y debemos darle su espacio y dejar que la alcen, porque lo hacen a favor de nuestro propio beneficio, para que finalice la guerra y aprendamos a encontrar una vía que ejercite la diplomacia y el entendimiento. No debemos olvidar que ellos son el fruto de una relación que en nosotros se ha apagado, pero si nos empeñamos en que no quede nada, ni una simple cordialidad o una palabra amable, crearíamos una duda existencial en nuestro hijo que poco ayudará a su desarrollo emocional.
Difícil me hubiese sido elegir, por eso el deber ahora es ser muy flexible.
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