Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De ropa 'tendía'
La esquina
EN la sesión parlamentaria del miércoles a propósito de la retirada de Kosovo se puso de manifiesto algo más importante que la soledad del Gobierno: el autismo de Zapatero, negado a la simple posibilidad de admitir errores y empecinado en considerar las críticas recibidas un puro disparate. Mal asunto.
La soledad fue completa y sin sombra de dudas, y hay que recordar que quienes denunciaron la chapuza-torpeza con Kosovo disponen de la mayoría de los escaños del Congreso de los Diputados y tienen detrás el respaldo de la mayoría de los votos ciudadanos. En cuanto a la opinión publicada, resulta un esfuerzo ímprobo tratar de encontrar un solo comentario favorable al Gobierno de la nación. Remito, al respecto, al editorial publicado ayer por El País.
Pero, ya digo, hay algo de mayor trascendencia que este aislamiento parlamentario del socialismo gobernante, agudizado por la crisis y por los resultados electorales de Galicia y el País Vasco, y que ayer mismo abortó el decreto de reformas laborales urgentes presentado por el ministro de Trabajo. Se trata de la impresión de desconcierto y aturdimiento que transmite Zapatero, al que cada día se le pone más cara de boxeador sonado, así como su actitud de encerrarse en sí mismo, inasequible a los dictados de la realidad.
Las críticas al sainete de la retirada de Kosovo no son ningún disparate. Todo lo contrario: han retratado la deriva de un gobierno lastrado por un presidencialismo ajeno al sistema parlamentario que nos dimos con la Constitución, en el que los ministros despachan con el presidente sin coordinar sus acciones entre ellos y en el que la obsesión por la imagen estropea incluso las iniciativas más apoyables (ejemplo, la forma en que la Carme Chacón dio a conocer la noticia y la forma en la que se instrumentó).
La vida da muchas vueltas y la política es, por definición, voluble, porque depende de muchos factores y variables, pero esta situación de Zapatero remite a otras ya vividas en los últimos tiempos de sus antecesores (Felipe y Aznar). Ambos terminaron sus etapas de gobernación por la acumulación de problemas irresueltos y, además, perdiendo progresivamente su intuición y su contacto con la realidad. Se llegó a teorizar sobre el síndrome de la Moncloa como símbolo de ese aislamiento que les condujo a no percibir lo que estaba ocurriendo a su alrededor y a errar decisivamente el diagnóstico. En vez de admitir las equivocaciones y dar un golpe de timón para corregirlas, se obstinaron en cerrar los ojos a la evidencia.
Debería enmendarse y no hacer como la madre del soldado torpe, capaz de proclamar que todo el batallón llevaba el paso cambiado excepto su hijo. En la gestión de Kosovo ha sido ZP el hijo torpe.
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