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Seguro que estos tres adjetivos están en las antípodas de lo que cualquier experto buscaría como cabeza de cartel. Poco importa si es una convocatoria electoral, una competición deportiva o uno de esos retos virales tan de moda en redes. En la sociedad de la imagen, del márketing y del postureo, ¿se puede ser líder sin carisma? Voy a intentar convencerles de que sí. Mi caso de estudio es Salvador Illa.
Hay muchas formas de describir el carisma pero no creo que nadie lo identificara con un encefalograma plano. Ni si nos quedamos con la aproximación más sencilla, la capacidad especial de algunas personas para atraer e influir, ni si incorporamos esos matices que tienen que ver con la confianza en sí mismo, las habilidades para una comunicación efectiva, la empatía, la autenticidad, el atractivo personal y la presencia. Podríamos hablar de personas magnéticas y, honestamente, tendríamos que coincidir en que los mayores atributos del ya nuevo president de la Generalitat es que es triste, mucho; y gris, más. ¿Pero será buen gestor?
Después de doce años de procés, y con independencia de que demos por congelada o por enterrada la caja de Pandora que destapó Arthur Mas, resulta tentador poder vislumbrar una hoja de ruta sin episodios ni personajes histriónicos; pensar que hay un señor en Barcelona que se pone al teléfono (aunque sea para defender los intereses de los catalanes); y valorar que se haya querido estrenar queriendo poner un poco de orden en los Mossos, recuperando el plan de barrios de Maragall y fijando ya el proyecto de presupuestos para 2025.
Cuesta hacer esta reflexión desde Andalucía, pero miremos atrás: siempre nos ha ido mejor cuando en Madrid gobiernan los otros. Sean quienes sean. Si Moncloa, si María Jesús Montero, quieren hacer creíble que la entrega de las llaves de la caja única a Cataluña se compensará con un reparto “solidario” territorial, aquí está la comunidad más poblada de España, una de las más infrafinanciadas, para poner la mano.
El desafío para Illa es inmenso. Porque tener recursos no significa saber gestionarlos; de lo más tangible y cotidiano a lo más escurridizo. Les pongo un ejemplo, hay una noticia, de esas que nos invitan al click, que se ha convertido ya en un tema recurrente estival: ¿cuáles son los destinos españoles que más decepcionan a los turistas extranjeros? Sí, imaginan bien: en el número uno está Barcelona; ¡ya no es lo que era! Y sí, puede que sea la hora de Cataluña con alguien tan aburrido, triste y soso como Salvador Illa.
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