Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
¡Ah, la tecnología!
La tecnología. ¡Ah, la tecnología! Esa maravilla omnipresente que nos promete un futuro mejor, incluso para nuestros niños de cuatro años que aún no saben unir “ma” con “ma”. Resulta que ahora, en el segundo año de Educación Infantil, con manos aún torpes para sujetar el lápiz, deben entrar al apasionante mundo de las “herramientas digitales”. ¿Qué fue de los colores y la plastilina? ¿De aprender a no comerse la goma de borrar o a atarse los cordones? Al parecer, nada de eso importa, porque lo que necesita nuestra descendencia es una “alfabetización en información y datos”. Sí, han leído bien. No es que estén aprendiendo a escribir “mamá” (o que no lo hagan), sino que se van a familiarizar en el “uso seguro, saludable, sostenible y crítico” de las tecnologías.
Y es que no podemos quedarnos atrás. Los padres somos modernos, claro que sí. Lo de prohibirles pantallas hasta que tengan un criterio formado es de anticuados. Por ello, nosotros firmaremos esa circular (¡por supuesto!), donde se nos advierte que, si no autorizamos la creación de la cuenta digital de nuestro vástago, estaremos perjudicando seriamente su desarrollo. Porque claro, nadie quiere ser el único papá que priva a su hijo de sus primeras experiencias con el bienestar digital o la programación a los cuatro años, ¿verdad?
Lo curioso de todo esto es que los verdaderos gurús de la tecnología están haciendo lo contrario; esos mismos que viven en Palo Alto, en el corazón de Silicon Valley, el lugar donde nacen las grandes ideas que luego nos venden a precio de oro. Allí, entre las oficinas de Apple, Google y Facebook, los hijos de los genios tecnológicos no ven una pantalla ni en pintura hasta que alcanzan la Secundaria.
Resulta que, en el epicentro mundial de la innovación, los niños juegan con piezas de madera, se ensucian en el barro y aprenden a relacionarse con los demás sin necesidad de ninguna pantalla intermedia. Sus padres, que diseñan la tecnología que está cambiando nuestras vidas a una velocidad de vértigo, no quieren que sus hijos se acerquen a ella. ¿Por qué será? Porque, según ellos, los beneficios de las pantallas en la educación temprana son limitados, mientras que el riesgo de adicción es real. No es una cuestión de paranoia, es que los que mejor conocen estos dispositivos no los quieren cerca de sus propios hijos.
En este lado del charco, estamos ansiosos por meterles una tablet en las manos, y allí, donde las producen, prefieren mantenerlas a raya.
Deberíamos tomarnos un momento para preguntarnos si realmente necesitamos tantas pantallas en la vida de nuestros hijos pequeños. Porque, al final del día, quizás lo que realmente necesiten no sea aprender a programar antes de saber leer, sino algo mucho más sencillo: tiempo, paciencia y unas cuantas piezas de Lego.
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