Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Mediados de la década de los setenta. Un grupo de chavales comparten aficiones corales en la iglesia de san Mateo de Tarifa; estos chicos estudian bachillerato y tienen como profesor a don Francisco Mendoza Díaz-Maroto, un apasionado de la bibliofilia que por aquel entonces investigaba las manifestaciones orales populares y la literatura de cordel. Los animó a recopilar coplas y romances de habitantes del pueblo y su campiña, desde el barrio del Moral a la Luz. Dolores Perea Rondón, de las Canchorreras, fue una de sus mejores informantes y, sin apenas saberlo, aquellos adolescentes se iniciaron en las venerables sendas de la lírica oral de tintes pidalianos.
En 1977 ofrecieron su primera actuación pública como grupo musical que tomó el nombre de Almadraba. Eran años en los que la música folk estaba en auge: Jarcha, Candeal, Nuestro Pequeño Mundo, Xocaloma o Nuevo Mester de Juglaría sonaban en tocadiscos, casetes y emisoras. Dos años antes había tenido lugar el I Certamen Nacional de Música Folk de Tarifa. En este contexto se enmarca el nacimiento de un grupo que, de forma excepcional, sigue vivo casi cincuenta años después.
Durante todas estas décadas Almadraba ha sido algo más que cinco voces, cinco mentes, cinco cuerpos y un número indeterminado de instrumentos de cuerda y percusión. A lo largo de todas estas décadas han proseguido su labor investigadora, recopiladora y escenográfica: han realizado entrevistas de campo, han rescatado textos, han montado canciones, las han cantado y las han interpretado. El resultado se puede oír en vinilos de culto como los Cantos del Campo y de la mar recogidos en Tarifa o en CDs, como el que acompaña al libro sobre literatura oral gaditana de otra de sus mentoras, Virtudes Atero, o al Cancionero del término municipal de Tarifa, tesis doctoral de Carmen Tizón, una de sus componentes. A lo largo de estas décadas, Almadraba representó a TVE en el Festival de la Unión Europea de Radiodifusión y fueron premiados por el Ministerio de Cultura en el Festival Nacional de Música Folk de Toledo. Durante todas estas décadas han actuado en España, pero también en Amsterdam, La Habana, Estambul, Argelia o Salónica. Han realizado pregones y recitales y han sabido mantener vivas las historias de comadres borrachas, marineritos con cara morena, panaderas, mujeres que decidieron ser soldados, marianas pinedas, mancebas de duques y reinas cautivas. Durante todos estos años han cantado nanas para ahuyentar al diablo y coplas para matar el tiempo; estrofas para buscar amantes y rimas para conservarlos. Con ellos se ha mantenido vivo el romance de la Molinera y sigue angustiando la historia de Agustinita y Redondo. Gracias a ellos el chacarrá se sigue oyendo y la patrona tiene quien le cante. Gracias a Paco Vegara, a Carmen Tizón, a Mariluz Díaz, a Gloria Pérez y a Pepe Franco por hacer que nuestras vidas sean mucho menos tenebrosas.
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