Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Yoli, lo peor que nos ha pasado
Si van ustedes en carretera y ven que ha ocurrido un accidente con un coche volcado, ¿cuál sería su primera e inmediata reacción? Llamar al 112 para pedir ayuda o bien acercarse al lugar del siniestro para auxiliar. ¿Alguno de ustedes se acercaría a los accidentados para decirles “oigan ustedes, si quieren ayuda, pídanla; que yo hago los trámites y después ustedes organizan su traslado”?
Entonces se diría que yo les estoy planteando un galimatías y qué a dónde pretendo llegar. Pues no se extrañen ustedes porque, sin ir más lejos, mi relato comparativo tiene una cercana historia que, para vergüenza de todos nosotros, es real y ha sucedido y está sucediendo en España, concretamente tiene su epicentro en la Comunidad Valenciana. Allí, el presidente de la Comunidad no dio el aviso de alerta roja o no le llegaron a tiempo los avisos meteorológicos de una DANA catastrófica. Vaya usted a saber dónde quedaron los avisos que, por muy avisos y muy inmediatos que fueran, en la mente de nadie estaba una catástrofe de esta índole.
Que si no me llegó el aviso de la Aemet, que sí me llegó pero a tal hora y no a la hora que se me dice, que si no se sabía de la alerta en los móviles... Luego, que si llegaron los militares o no llegaron en la fecha que se dice… Los desaciertos, nunca los aciertos, se suceden en desbandada.
El caso es que nunca se podía esperar una riada de estas dimensiones y de esta fuerza tan extrema. Las ramblas deben de estar bien despejadas y las construcciones alejadas de un posible curso del agua. Se deben hacer desvíos de cauces y diques de contención y también presas. Obras hidráulicas para prever catástrofes, que pese a estar planificadas nunca llegaron a ejecutarse.
Después el llanto y las culpas entrecruzadas, nunca el “mea culpa”. Eso no va con una sociedad endiosada, que vive el día a día y no contempla, ni se le pasa por la cabeza, que el hombre, por muchos adelantos de la tecnología, es como un niño indefenso frente al poder de la naturaleza.
La reconstrucción está por delante, así como el deber de atender a los damnificados. Las ayudas deben llegar en hora y dar respuesta a personas y negocios, empresas y colectivos. No se puede hacer política con el dolor del pueblo. La dignidad y la altura de miras deben de ser el patrón de nuestros representantes políticos en cada uno de sus estamentos, ya sean nacionales o autonómicos.
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