Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
En estos días en que se habla mucho de la prensa y su libertad, de los periodistas (cuando lo son) y sus opiniones, no dejo de pensar en una persona que, llevada por su vocación, consiguió que crujieran los cimientos del Imperio, el señor Julian Assange. Vivimos en una época de constructos, de convenciones creadas al amparo de unos pocos que se sienten plenamente satisfechos solo y exclusivamente cuando el mundo baila al ritmo que ellos marcan.
Uno de esos constructos, una ficción descomunal, es que la verdad importa. Pero no, somos esclavos no de ella sino de su ocultación y, a veces, peor aún, de quien maneje su mensaje para hacerlo quedar por encima de la verdad.
Assange, y puede que a muchas personas ni les suene a estas alturas el nombre, es perseguido por la filtración a través de Wikileaks de documentación que comprometía la crónica oficialista, sobre todo de EEUU, y la intervención de estos en asuntos especialmente delicados donde lo más delicado acaba siendo la divergencia absoluta entre la narración oficial y los hechos. Y esto supone un relato de la perversión de los amos del mundo libre filtrado por sus actuaciones y no por su propaganda. Inadmisible para sus intereses.
Podremos pensar que en España o con periodistas españoles esas cosas no pasan, pero hay un señor que lleva año y medio en la cárcel en Polonia por supuesto espionaje, ese comodín que usan los totalitarimos junto al de “rebelión” para sacar a pasear sus miserias cuando no tienen nada concreto contra alguien incómodo. Así, a Pablo González lo tenemos en una especie de Guantánamo polaco sin saber ni cuáles son las pruebas contra él, en un régimen que apesta a inhumano.
No puedo sino pensar en el título de una obra maestra de Borges, Historia universal de la infamia, para definir la situación actual, en que el relato crudo de lo ocurrido no sirve de nada si no va acompañado del oficialismo de los intereses que hay que salvaguardar.
La Historia, en flagrante contradicción, ha mutado y ya no es el relato de los hechos, sino la ocultación de los mismos. Es más importante silenciar que poner de relieve. Nadie, o casi, da voz a las víctimas hoy día, pero todos somos expertos en ponernos de perfil para que la verdad pase casi sin rozarnos.
En estos días de vino y redes sociales cuenta más el dinero que mueve la pluma que la verdad.Y creo que se nos vienen a la cabeza demasiados nombres. Muchos ilustres, por cierto.
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