Una amnesia no sólo cristiana

Monticello

En una entrevista reciente, con motivo de su libro ¿Una Europa todavía cristiana?, Joseph Weiler, un constitucionalista norteamericano medio afincado en España, como orgulloso judío sefardita, ha denunciado cómo el cristianismo ha sido sustituido en Europa por la religión del laicismo. Para Weiler, quien ya defendiera una mención explícita al cristianismo en la non nata Constitución para Europa, esta amnesia respecto a Cristo supone un problema europeo existencial. La realidad es que, desde un punto de vista constitucional, la laicidad, en Europa, no deja de ser un mito jurídico. Es decir, que nunca verdaderamente ha existido de forma pura. Son muchas las viejas naciones europeas en las que siguen presentes residuos institucionales de confesionalidad. Desde la vigencia de las Iglesias de Estado protestantes, como la inglesa, la danesa o la finlandesa..., a países católicos como Italia, Portugal, Polonia o la propia España, donde aún rige la lógica concordataria y esta Iglesia, la católica, disfruta de un estatus jurídico privilegiado. En Alemania, las confesiones católica y protestante son corporaciones de derecho público e incluso en la propia Francia sigue vigente el Concordato napoleónico en las provincias del Bajo Rin y el modelo de concierto con las escuelas católicas. Podríamos pensar, por lo tanto, que, pese a su fracaso jurídico, la laicidad, como dice Weiler, ha triunfado como credo social. Creo que tampoco es así. El laicismo es una corriente filosófica radicalmente republicana que parte de una idea exigente del ciudadano de la que se derivan importantes deberes constitucionales. El laicismo no es presupuesto sino lo contrario del nihilismo o del culto a la diversidad por la diversidad que denuncia el propio Weiler. Así, el olvido de Cristo sobre el que alerta nuestro admirado jurista sefardí no ha sido paralelo al culto de ese sueño ilustrado de la razón que es la laicidad. Más bien, como explica Peter Sloterdijk en su último ensayo sobre Europa, Continente sin cualidades, nos hallamos frente una ingratitud general del hombre europeo hacia sus raíces culturales, que incluyen a Atenas, Roma y Jerusalén, pero también el espíritu secularizador y racionalista de Voltaire o Víctor Hugo. La vieja querella entre laicos y católicos escondía en realidad una fértil convivencia intelectual, como bien ejemplificó el diálogo ente Habermas y el entonces Cardenal Ratzinger en la Academia Católica de Baviera. Tal vez nuestra amnesia de Cristo no sea una traición a la fe provocada por el racionalismo, sino parte de una amnesia cultural simultánea respecto de la fe y la razón europeas.

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