Andalucía, me dueles

Atoro pasado y habiendo escuchado todo tipo de halagos hacia nuestra bella comunidad autónoma en el día oficial de la región –merecidos, no cabe duda– me van a perdonar que dedique con el estilo que me caracteriza unas líneas no tan halagüeñas y alegres de nuestra gran patria chica, que también necesita que no le regalen el oído.

El último dato del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA) sobre población andaluza en el resto de España (2025) nos habla de un drama: 1.267.302 personas no caben en nuestros 87.268 kilómetros cuadrados de extensión. A esta cifra debemos añadir la de los andaluces residentes en el extranjero, que ascienden, según el mismo organismo autonómico, a 317.642 personas (2023). Es decir, un millón y pico de andaluces que tienen como destino principal Madrid y Barcelona, para los que se quedan en España; y Francia y Alemania para los que salen fuera del país.

Si Andalucía fuera una región pequeña, sin recursos, sin personas cualificadas o no contara con una climatología favorable para el desarrollo general de actividades sociales y económicas, no tendríamos nada de lo que preocuparnos, sería lo normal. No es el caso. La pregunta pertinente y dolorosa que hay que hacer es: ¿Qué elementos fallan para que una de las regiones con mayor potencial del continente no despegue? ¿Hasta cuándo vamos a ser exportadores de trabajadores, intelectuales y estudiantes?

La conjunción del turismo, el tóxico maná de la transición, y el nomadismo digital, el lujo laboral de unos pocos, también está causando estragos en muchos sitios como Andalucía, con un nivel de vida asequible para extranjeros y unas horas de sol de fábula. De ahí la toxicidad de un sector del que dependemos en demasía. La respuesta ante esto es lo que me duele: la inacción, la sacrosanta pereza. Nuestra sanidad devaluada, las universidades con serios problemas de financiación, una de las tasas de paro más altas y una de las rentas per cápita más bajas del país y para colmo, un mercado de la vivienda inaccesible.

Mientras tanto, los partidos tradicionales parecen ahondar en esta fórmula, hasta que les estalle. Y lo más doloroso, los neoandalucistas, que deberían luchar contra estas cosas, a veces parecen estar más atentos a la cuestión estética, folclórica e identitaria que a los problemas del día a día. Lo siento si me dan igual los hoteles en Sevilla, los campos de golf en Málaga y el merchandising de Curro de la Expo 92. Me duele. Andaluces, levantaos… por favor.

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