Brindis al sol
Alberto González Troyano
Razones de las lenguas
Enunas recientes declaraciones, el ministro principal del Peñón, reproducidas en Europa Sur, muy interesantes como suelen ser todas las del señor Picardo, este hacía algunas afirmaciones que no me resisto a comentar. Por supuesto que con el ánimo de ofrecer mi humilde ayuda para el perfeccionamiento ético y político de nuestro honorable vecino.
La primera de ellas es su reconocimiento de tener noticias fehacientes de la comisión a este lado de la Verja de graves delitos: “Me consta que en las mismas notarías españolas donde se nos acusa de blanquear dinero se traspasan grandes sumas en efectivo al firmar contratos de compraventa”.
No voy a entrar en las responsabilidades legales en las que puede haber incurrido, pues, conforme al artículo 259 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, se le podría imponer una multa, nada menos, que de 25 a 250 pesetas. Simplemente no me parece bonito que, sabiendo que se andan cometiendo alegremente delitos por las notarías de la comarca, no ponga esta información a disposición de las autoridades. A lo mejor resulta, simplemente, que piensa que esa virtuosa obligación es solo para los que tienen nacionalidad española, pero ya digo que no me interesa tanto las consecuencias legales del asunto, sino la excelencia ética y política. Aunque tampoco me cuadra mucho con sus reiteradas proclamaciones de apego al Derecho Internacional.
La otra también me resulta impropia de quien en la misma entrevista afirma, con toda razón, que no gobierna sobre un “nido de piratas”. Me refiero a su reflexión de que si la Unión Europea exige controles biométricos a los gibraltareños, ellos también exigirán idénticas medidas.
Para luego concluir, quizá con cierto remordimiento: “Reconozco que esto va a complicarlo todo muchísimo, sobre todo para los trabajadores que vienen cada día. Por eso espero que alcancemos un acuerdo y no sean necesarias”. Nada más lejos de mi ánimo que inducir a que alguien pueda pensar que afirmaciones de este tenor podrían tener algo que ver con conductas bucaneras o corsarias.
Lo que sí querría transmitir, una vez más en aras del perfeccionamiento de nuestros queridos amigos y vecinos, es que amenazar con terribles padecimientos diarios a los más débiles por las culpas que pudieran cometer los más poderosos, es una táctica muy alejada de los más elementales valores humanos. Decididamente, estas cosas no me gustan un pelo. Porque, si me permiten parafrasear al poeta, a mí me resultan más ejemplares los políticos que son duros con las espuelas y tiernos con las espigas.
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