Aranceles y boquerones

En estos últimos días hemos asistido a la transmutación de los expertos en covid en expertos en aranceles. Esa palabra que esos mismos neo expertos relacionaban con alguna especie de serpiente o instrumento musical o una tapa de la nouvelle cuisine de Cuenca. Es lo que tiene ser un troll, que vales lo mismo para un roto que para un descosido.

Yo, que tampoco soy experto en aranceles, sentí un extraño hormigueo cuando escuchaba a ese señor color mandarina pocha largar una serie de cifras supuestamente muy bien elaboradas y contrastadas.

Uno, que es de natural juguetón, lo primero que piensa es un “te las estás inventando”, pero claro, ¿cómo iba a hacer eso un señor tan votado?

Pues, en un giro dramático de los acontecimientos y por resumir, sí, se inventó la fórmula para el cálculo, porque él lo vale, mientras adobaba su intervención en ese día en que iba a redimir al mundo, con frases tipo “hay jueces comunistas que son caca, me odian porque soy yo en mí mismo”, sin que nadie protestase porque se quiere cargar el principio de separación de poderes, porque lo que hace falta es mano dura y palo largo.

Es lo que tiene usar economistas de salón y a sueldo, que sólo saben explicar por qué han pasado las cosas mientras pontifican sobre las maldades de lo que sea que les hayan dicho que es malo.

Luego, si la realidad te contradice, la culpa es de la realidad o de quien la saque a la luz.

Un revelador efecto de esas declaraciones ha sido el de esos presuntos patriotas que salieron en tromba a alabar las bondades del señorito, que en un alarde de genitalidad había puesto al mundo en su sitio porque hasta ahora nadie había caído en reparar tamaña afrenta. Total, ¿qué puede pasar, una crisis económica mundial? Se le echa la culpa a cualquier rojo que pase por allí y listos.

Y ya se sabe que lo que dice el señorito va a misa, y a misa hay que ir con las botas limpias, así que... ¿Quiere el señorito que le lama las botas un poco más?

¿Pero qué tienen en común los boquerones rellenos y los aranceles? Que a la masa de los boquerones se les echa azafrán y acaban con tonos medio naranjas. Y a mí eso me vale para establecer el adecuado paralelismo.

En definitiva: ¿Qué es más difícil, saber de aranceles o de boquerones rellenos? Pues yo sé de boquerones rellenos y los que me comí el otro día han sido los mejores en los últimos 40 años. Una fragancia a mejorana natural que impregnaba todos los recovecos nasales y que me hacía evocar recuerdos muy antiguos, una cantidad justa de masa, nada húmeda, un rebozado perfecto... Y por si alguien prefiere comer esos boquerones que lamer botas, os diré que fue en Casa Marcos, en la carretera al Faro, en estas Algeciras de mis entretelas.

Así que, cuando notéis que alguien os está engañando, sobre todo con los aranceles, no lo dudéis, pedid o haced unos buenos boquerones rellenos, vuestro estómago y el mundo libre os lo agradecerán. Y, como dijo el otro, o casi, ¡Viva la mejorana, carajo!

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