
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De lección
Postrimerías
Asociado a los desmanes de los ideólogos que destruyeron los fundamentos de la instrucción pública, el nombre de la pedagogía está hoy tan malbaratado que casi es mejor evitarlo cuando se trata de gigantes como Manuel Bartolomé Cossío, una figura clave de la España contemporánea cuyo legado ha caído en un olvido explicable, dada la categoría de los que pudiendo haberlo tenido como referente optaron por desatender su noble estela. Quienes deseen hacerse una idea de la riqueza de su personalidad y de su alta contribución a la modernización de la enseñanza, tienen ahora a su disposición el claro ensayo biográfico de Luis Alfonso Iglesias Huelga, El arte de educar, publicado por Renacimiento en su Biblioteca de la Memoria, que con razón reivindica el itinerario de Cossío y su huella en la vida española “entre dos siglos y dos Repúblicas”. Desde que siendo estudiante conoció a don Francisco Giner de los Ríos, su maestro, amigo y confidente, una especie de padre adoptivo, Cossío se convirtió en inseparable discípulo y después leal sucesor del hombre que alumbró la Institución Libre de Enseñanza, un hito incomparable en la historia de la educación española que vio la luz sólo dos años después de la Restauración, en una sociedad que tenía a dos terceras partes de la población sumidas en el analfabetismo. En su recorrido, Iglesias analiza el pensamiento de Cossío, su relación con la Institución, su aportación a la historia del arte como “descubridor” del Greco o su papel como presidente del patronato de las Misiones Pedagógicas, tal vez la mejor encarnación del ideal republicano. Caricaturizados como santurrones laicos, ingenuos excursionistas o bienintencionados predicadores, los institucionistas eran amables, austeros, tolerantes e inquietos, raras aves en un país inclinado a los extremos que aún hoy antepone las convicciones berroqueñas al benéfico intercambio de ideas. Julián Besteiro, los hermanos Machado, Fernando de los Ríos, Luis de Zulueta, Américo Castro, Manuel García Morente o Alberto Jiménez Fraud son sólo algunos de los nombres vinculados a un semillero en el que Cossío destacó, como escribiera Juan Ramón, por su generoso entusiasmo. Vieron que la llamada cuestión social era sobre todo una cuestión pedagógica y que la transformación de la nación debía empezar desde las escuelas, transmitiendo a los alumnos el aprecio por el arte, la naturaleza, la ciencia y la cultura. Concibieron la educación como “acto de amor” y “arte de vida”, destinado a inculcar la libertad e instruir el criterio. Tanto tiempo después, parece claro que la de Cossío y sus compañeros de aventura fue y sigue siendo la verdadera revolución pendiente.
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