Las artes en Proust

Brindis al sol

Aveces la capacidad de un artista no se agota con la dedicación a una sola especialidad. Las convenciones obligan a elegir debido a criterios que vienen de antaño, e incluso se tilda como sospechoso diletantismo el transitar de una a otra actividad artística. El literato para serlo ha de permanecer en su ámbito, sin dispersarse por otros campos, y lo mismo se le pide al pintor, al músico y a los restantes cultivadores de lo que suelen llamarse bellas artes. Sólo en la época renacentista se aceptó con liberalidad que los artistas polifacéticos cambiasen de materia prima a la hora de ponerse a crear. Después, se impuso una estricta división del trabajo, lo cual ha provocado que muchos aprendices de artistas, ante la indecisión que les provocaba tener que elegir, se quedaran pasivamente sometidos a una vacilante y eterna duda. Y ese también podría haber sido el destino de Marcel Proust. Supo muy bien y pronto que, para él, el arte era el mayor atractivo que podía proporcionarle la vida. Una vida que, por otra parte, tuvo desde siempre económicamente resuelta. Pero, dentro de ese mundo del arte dudó siempre qué rama elegir, cómo cultivarla y, sobre todo, cómo satisfacerse si solo cultivaba una entre todas las que le atraían. Esa duda debió desconcertarlo bastantes años, hasta que, un tanto tardíamente, la literatura, en forma de novela, cobró fuerza sobre las otras aspiraciones, y se dedicó, pues, a contar y narrar. Pero aquellos titubeos y vacilaciones iniciales acompañaron su escritura durante toda la composición de A la busca del tiempo perdido –una de las obras más logradas de la literatura francesa– sin que dejen por ello de percibirse las vacilaciones que debieron sacudir a Proust, al sentir que, mientras como literato escribía, era infiel y dejaba de lado otras dedicaciones artísticas que también le habían tentado: sobre todo la música y la pintura. Mas para conjurar la nostalgia y las quejas de esas otras voces, decidió integrarlas dentro de su obra literaria. Y de esta manera pasó a convertir su grandiosa y múltiple novela en una de las más ambiciosas aportaciones de la cultura europea de todos los tiempos. ¿Cómo lo hizo? Tenía tanto capacidad expresiva y reflexiva como conocimientos sobre el mundo artístico: el único que le había seducido. Y si quieren comprobar cómo lo consiguió, visiten la exposición Proust y las artes, en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid. Y verán como una obra que ya parecía inagotable por sus recursos literarios, sirve, además, para comprender e iluminar la mejor pintura de su tiempo.

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