Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Hay etapas en la vida en las que a una se le complican las cosas. Aunque haya sido consciente de la existencia de problemas, llámeseles enfermedad, estudio de los hijos, problemas con la luz, el agua o la electricidad, o con la Justicia (aquella soberbia sentencia calé "Mándele Dios un pleito y lo gane…") cuando los ves concretados en tu vida, es entonces el momento en el que te sientes en el epicentro del avance de la privatización y de la Ley del Mercado, y que tú eres el producto que está en venta en esas esferas básicas de nuestra vida. Y a todos nos llega.
Leía hace muy poco un artículo del que fuera antiguo director de Europa Sur, Juan José Téllez, que reflexionaba magistralmente sobre este fenómeno. Él llegaba a una conclusión que creo certera por extraña que pueda parecer: el espíritu capitalista está tan imbuido en nosotros, incluidas las clases sociales más desfavorecidas, que todos parecen tener la certeza de que llegarán a ser ricos. Si no, no se comprende el desmantelamiento del llamado "Estado del Bienestar".
Por eso cuando he visitado, no por gusto, un hospital tan magnífico como el de la SAS en La Línea que no funciona al completo por falta de personal, y veo saturadas las clínicas privadas, que en mucho de los casos lo único que tienen es cómodos sillones, pero ¡ay de ti como necesites una intervención privada y rápida!, o entro en colegios luxurious con parterres recortados y preciosas flores de temporada, pero que cobran por cada actividad que haga tu hijo un riñón y parte del otro, mal pagando a su profesorado; o que los centros públicos escasean de todo, desviando parte de sus recursos a concertados; cuando después de colgarte al móvil para tratar de resolver una factura de agua, o luz, solo consigues hablar con cintas robotizadas o con centralitas situadas en otros continentes, que al final de su "¿en qué puedo ayudarle?" te ponen un bolero o el Can Can y te pasan a otro departamento, se me ocurre pensar en el título de una serie de Ibáñez Serrador, ¿Es Usted el Asesino?, pero cambiando tan terrible palabra por otra no menos peligrosa ¿Es usted Tonto?, porque si no, no comprendo el grado de indefensión a la que estamos expuestos, y como gallinas cluecas, solo haciendo críticas desde la barrera, que son como agua que no mueve molino.
Pongámonos a pensar en una solución, porque, como dijo el poeta, cuando vengan a por nosotros no habrá ya quién nos defienda.
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