Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Aquí, en la frontera sur, toca ya hablar de microrracismos: esos gestos, chistes o comportamientos sutiles que pasan casi siempre desapercibidos pero que evidencian la actitud supremacista de su autor y un mensaje denigrante hacia un sujeto o grupo de sujetos racializados. La señora que agarra su bolso con fuerza cuando se cruza con un hombre negro es el ejemplo clásico de microrracismo que ponen los profes para explicar este concepto nuevo.
La tragedia de Valencia ha traído a los telediarios algunos ejemplos perfectos de microrracismo. Mostrar concienzudamente en televisión a un grupo de personas negras retirando lodo de las calles como ejemplo de espíritu solidario delata la pobre percepción moral de los negros que tiene el periodista y la sociedad (y el deseo de algunos de blanquear su imagen). Destacar el trabajo de desescombro realizado por inmigrantes de otras culturas (como el de esa ya famosa pandilla de indios sijs, tocados con enormes pagris, que vimos en la tele) es una forma inconsciente de subrayar la excepcionalidad de su acción. Peor fueron los comentarios de reproche a la información vertidos en las redes: “Sacad también a los que saquean las tiendas”, “De estos sí ponéis de dónde son”, “Buscando papeles”...
Preguntar a una persona de cualquier tonalidad de piel distinta a la caucásica de dónde es (sin haberla ni tan siquiera oído hablar) implica una minúscula (y casi perdonable) discriminación racial. Insistir en la pregunta cuando esa persona ya ha respondido que es de Cuenca supone una discriminación racial intolerable. El racismo ya aflora del todo cuando el que pregunta sigue: “Ya sé que eres de Cuenca; a lo que me refiero es a que de dónde es tu familia”.
Tal vez la expresión más común de racismo es llamar “subsaharianos” a las personas negras. Negra y pobre, claro, pues a ningún periodista se le ocurre llamar “subsahariano” a un blanco de Namibia (país también al sur del Sáhara) ni al presidente Ruto (negro pero rico) de Kenia.
Oigo todavía en mi entorno hablar de “morenos” para referirse a las personas negras que proliferan por nuestras ciudades. Otros les llaman “negritos” (porque “negro” les debe sonar casi a insulto) y muchos, los más remilgados y rancios, les siguen diciendo “de color”. Y, por la misma regla de tres, para no referirse con “moros” a los moros usamos eufemismos como “árabes” (grave confusión étnica) o “musulmanes” (¿de verdad el credo sigue identificando a la gente?).
Ya hace 65 años que el poeta Andrés Eloy Blanco (blanco no solo de apellido) pedía al pintor que “aunque la Virgen sea blanca”, le pintara “angelitos negros”. Pues nada: a pesar de Blanco y de Machín seguimos empeñados en decir “angelitos subsaharianos”.
También te puede interesar
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Más democracia
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Gordo
Cambio de sentido
Carmen Camacho
El desengaño
Lo último