Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
La colmena
Un viernes por la tarde, cuando la fiebre consumista navideña colapsa el centro de nuestras ciudades, decenas de vecinos de Otura abarrotan la biblioteca del pueblo para escuchar a un filósofo, un ex alcalde, un profesor y una periodista reflexionar sobre cómo “las informaciones falsas y las medias verdades afectan a nuestra democracia”.
No es un chiste ni una fake. Pasó la semana pasada y fui testigo-participante. Mereció la pena. Casi tres horas de debate (con un panorama azul oscuro casi negro) y un final sorprendentemente positivo: querían más, querían aprender a desmontar los bulos, querían herramientas para una dieta informativa saludable. Esa que tiene que ver con la confianza de unos y la credibilidad de otros; con valores, compromiso y responsabilidad.
“Los ciudadanos de este país tenemos derecho a defendernos de los buleros profesionales”. Esta frase del ministro de Presidencia me parece perfecta para un nuevo ciclo del Aula Abierta de Otura y para replicar, en realidad, en cualquiera de nuestros pueblos y ciudades.
Félix Bolaños justificaba este martes el anteproyecto de la ley orgánica que regula el derecho a la rectificación recién aprobado por el Consejo de Ministros. La principal novedad es que los “usuarios de gran relevancia” en las redes sociales, con más de 100.000 seguidores, también estén obligados a rectificar noticias falsas. ¿No lo estaban?
No hay debate en el que no terminemos apelando a la “educación”. Siempre es la clave para no dejarnos manipular ni intoxicar. A eso lo llamamos ahora “alfabetización digital”. Bien. Pero esa educación transversal que es antídoto de la desinformación, la polarización y el populismo requiere de la complicidad de todos, del motor tractor de lo privado y del liderazgo de lo público. Con las instituciones a la cabeza y con esa red de vigilancia y apoyo que ha de ser la justicia.
En un ecosistema digital y global como el actual, seguimos aplicando un ordenamiento que respondía, y bastante deficientemente, a aquellos tiempos en los que sabíamos qué era un periodista y un medio. Nunca he sido partidaria de escudarnos en los jueces para esquivar los problemas y mucho menos para difuminar el foco. Pero hay realidades especialmente líquidas y gaseosas que no entienden de ética ni voluntarismo. Si al tablero mediático le hemos dado la vuelta, también las reglas de juego han de cambiar. Para los viejos actores y para los nuevos.
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