Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
El pasado 19 de septiembre, se puso a la venta en el Reino Unido (RU) las que podrían ser llamadas memorias del expremier británico David Cameron (For the Record, HarperCollins), cuyo título se traduciría por Para que conste. Casi con seguridad, ni yo ni otros muchos nos habríamos detenido en este hecho, si no fuera porque el autor es el político que ha desencadenado esa especie de tormenta perfecta que ya para siempre llamaremos Brexit. Da la impresión de que el Brexit es el leitmotiv del relato, aparte de las necesarias vivencias personales, entre las que resalta la tragedia de la muerte de su hijo, de su primogénito Iván, con seis años, de una enfermedad rara.
Cameron se lamenta de su gran responsabilidad en el caos, y descarga su pesar en su antiguo condiscípulo (Eton, Oxford), el actual premier Boris Jonhson que, conviene señalarlo, aunque hijo de padres británicos, fue ciudadano de Estados Unidos de América (nació en Nueva York), desde 1964, año de su nacimiento, hasta hace bien poco, 2015, en el que renunció a esa nacionalidad, seguramente para evitar efectos colaterales: su carrera política estaba ya bien definida. Cameron, que declara su preocupación por que el Brexit pueda prosperar y alude a lo diferente que habrían sido las cosas si no se hubiera optado por celebrar el referéndum, se refiere con dureza a Jonhson traduciendo en sus palabras la convicción de que su viejo compañero abrazó el Brexit como estrategia para prosperar en su vida política. Carlos Fresneda, corresponsal de El Mundo en el Reino Unido acota frases de Cameron tales como “Boris Johnson me dejó en una ciénaga con el Brexit”, y dice acusarle de “haber arrojado a la basura” a su Gobierno en 2016.
Sin embargo, el inglés medio es bastante poco europeísta y muy dado a entender que el continente (palabra muy recurrida en Inglaterra para hablar de Europa) es otra cosa. Además, las grandes catástrofes bélicas que han asolado la Europa del siglo XX han salpicado y afectado gravemente al Reino Unido, pero se han desencadenado y desarrollado en el continente. Pionera en la revolución industrial; que sentaría las bases, a mediados del siglo XVIII, del capitalismo moderno y cambiaría para siempre los modos de producción; contagiaría rápidamente al continente y al resto del mundo, manteniendo su protagonismo histórico, que aún hoy subyace en la mentalidad de sus gentes. El colonialismo británico hizo el resto construyendo un inmenso mundo a su imagen y semejanza, en el que se quedaría para siempre instalada en su substrato cultural. De hecho, siendo el inglés un idioma minoritario entre los países totalmente integrados en la Unión Europea (el RU mantuvo la libra y otras prerrogativas) es la lengua vehicular en sus instituciones y en el día a día. Como lo es en la ciencia y en el comercio.
Muy probablemente, a pesar de la aplastante propaganda antibrexit que dentro y fuera del Reino Unido golpea continuamente a la opinión pública, un nuevo referéndum volvería a dar la victoria al Brexit, y eso sería tan fuerte que nadie se atreve a facilitar su celebración. A pesar de advertirse una ligera caída en las encuestas, las motivaciones de una considerable mayoría de los ingleses –no tanto de los británicos, en su conjunto– no han variado un ápice: mayor y mejor control de la inmigración, capacidad plena en los negocios y en las relaciones comerciales con el exterior, liberación de la pesada burocracia impuesta por Bruselas y la introversión y la nostalgia imperial del inglés medio y, sobre todo, del habitante de la Inglaterra profunda.
Hace unos días, en un debate celebrado en la Fundación Pablo VI, Federico Trillo-Figueroa, embajador ante el RU (2012-2017), y Josep Piqué, antiguo ministro de Exteriores en uno de los Gobiernos de Aznar (2000-2002), estaban de acuerdo en asegurar que un inglés medio apoyaría el Brexit aun en el caso de que supusiera la separación de Escocia.
Para los ingleses se trata de defender el control de su propia manera de ser y de su personalidad colectiva. No consideran que haya inconvenientes insuperables porque jamás se sintieron dependientes, y no creen en los augurios catastrofistas de la propaganda antibrexit porque, en el peor de los casos, ahí están los americanos, los canadienses; sobre los que sigue siendo reina la de Inglaterra y, ya puestos, los australianos, sobre los que también reina Su Graciosa Majestad británica, además de algunos Estados, muchos de los cuales, como Australia o Nueva Zelanda, incluso mantienen una bandera británica insertada en las suyas. Ello sin tener en cuenta la influencia supremacista de Inglaterra sobre más de medio centenar de Estados, la hoy Commonwealth of Nations (Mancomunidad de Naciones), referida con frecuencia en el lenguaje ordinario como British Commonwealth of Nations, su viejo nombre.
Irlanda del Norte y Gibraltar son otra historia. La primera sobre todo, porque Gibraltar es un asunto menor de carácter militar. La colonia se juega mucho porque, en realidad, su población civil no es más que un colectivo que se ha dejado crecer para que sea soporte de la pesada carga que supone su condición de base militar, sus sofisticadas instalaciones y sus recursos, ahora en revisión por lo que pueda pasar. Todos los detalles nos los da Ángel Liberal en el documentado texto de su libro bilingüe (eBook, disponible en formato pdf en la red): Breve descripción de la colonia militar británica de Gibraltar (JM Ediciones; 2015). Su rol colonial ha quedado puesto de manifiesto como nunca en su incapacidad para defender su futuro en Europa; una práctica unanimidad de su población, contraria al Brexit, no sirve para conservar su privilegiada situación financiera, fiscal y comercial. Por más que se templen gaitas en España, donde el Gobierno de Gibraltar controla muchos y poderosos resortes, además de mantener secuestrada a una gran cantidad de personas de su comarca, la salida del RU de la UE supondría un hándicap muy importante para el chalaneo y las singulares relaciones comerciales y financieras de Gibraltar, que conduciría su estatus hasta la extinción a medio plazo.
Es incalculable el fraude y, en general, los efectos nocivos de ese estatus para la economía española. Aparte de los perjuicios sociales, en un ambiente de economía sumergida con una permisividad enquistada en los núcleos de población próximos a la verja. Pequeñas valoraciones de puntas de iceberg, salen alguna vez a la superficie en medio de la densa opacidad de todo lo que concierne a la colonia. En 2013, la Oficina Europea contra el fraude fiscal (OLAF) estimaba en setecientos millones el fraude trianual limitado al contrabando de tabaco.
Seguramente, esa cifra será anual y es la misma que en alguna crónica de escasa fiabilidad se da para el impacto de Gibraltar en la economía de la comarca. Ciñéndose al tabaco; pero hay tantas cosas de que hablar que la balanza se pegaría un batacazo de órdago a la grande sobre el plato de los beneficios que supone para Gibraltar su estatus y mantener un cordón umbilical con Europa esplendoroso, como lo tiene ahora.
No es probable, a pesar de todo lo que se ve y lo que se adivina, que el Brexit sea. Ni sin acuerdo ni con acuerdos duros. Una salida airosa del RU pondría en extremo peligro el futuro de la UE, donde los Estados bálticos todavía dudan de los beneficios de su integración. Las características de la frontera irlandesa complican muchísimo cualquier acuerdo y pueden acarrear consecuencias gravísimas para la estabilidad del conjunto de los Estados. A la República de Irlanda le ha venido tan sumamente bien la pertenencia a Europa, que sus ciudadanos se han vuelto europeístas de primera línea. Ello supone un valor añadido a las graves dificultades, históricas y geográficas, del rediseño de una frontera entre las dos Irlandas, que sería la única que tendría un RU separado del resto de Europa. Entreténgase el lector en considerar la posición geográfica de las dos grandes islas británicas, Gran Bretaña y Eire (Isla de las Irlandas), y ensaye, tanto en el mar como por tierra a dibujar una frontera con todas las de la ley que separe la República de Irlanda del Reino Unido; comprendida en él Irlanda del Norte (antigua provincia irlandesa del Úlster). Luego piense en el largo conflicto anglo-irlandés, ahora apagado y que pudiera volver a encenderse.
España podría ayudarse de un Brexit en cualquiera de sus formas, para allanarse el camino de la recuperación de Gibraltar, pero, en cualquier caso, el Brexit es para nuestro país una verdadera catástrofe. Manejando cifras actuales oficiales, en España residen más de trescientos mil británicos, un tercio de ellos pensionistas, la mayor población británica de toda la UE y, desde luego, la más vulnerable. Es la tercera después de la marroquí, con algo más de setecientos mil, y la rumana, con algo menos de setecientos mil. Alrededor de ciento cuarenta mil españoles trabajan en el Reino Unido con un gran porcentaje en sanidad, economía y finanzas, una población difícilmente prescindible en donde, además, el español es con mucho la lengua más importante, estudiada y hablada. Con (grandes) cifras (británicas, ONS) de 2018, RU importó de España por valor de 35.750 millones de euros y exportó a España por valor de 19.480.
En Gibraltar, con unas elecciones adelantadas para evitar la envoltura del galimatías del Brexit, no habrá cambios significativos. La coalición GSLP (Laboristas, de Picardo)-GLP (Liberales, de Joseph Garcia) aumentará su distancia y asegurará más el liderazgo de Fabian Picardo. En estas elecciones parece definitivamente lanzada como figura emergente, Marlene Hassan (Together Gibraltar), hija del inolvidable y carismático Joshua (Salvador para los amigos), cuya hermana, Fleur, es concejala del ayuntamiento de Jerusalem. El Brexit, es verdad, no es bueno ni para Gibraltar ni para nadie. Contaba el otro día Josep Piqué, que estando con Felipe González encontró a éste algo desanimado con la política española y hablándole de ello le dijo que como español estaba preocupado por nuestra situación y, enseguida añadió: “claro que estaría más preocupado si fuera inglés”.
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