‘Candor lucis aeternae’

Su propio afán

Descanse en paz y brille para él la luz eterna

NO tuve con el Papa una gran sintonía personal ni intelectual ni de sentido del humor, pero qué importancia puede tener lo que yo haya sentido o dejado de sentir. Distintas personas le regalaron tres veces mi ensayo Gracia de Cristo, sobre el humor de Jesús en los Evangelios, y, al enterarme, me dio mucha ternura, porque no sé si a él le iba a hacer tanta gracia ese ensayo, pero todas las veces agradeció el regalo de nuevas, según me contaron (emocionados) mis generosos amigos (a los que yo tampoco confesé su reincidencia). Por ningún Papa he rezado tanto como por él, en buena medida para contrarrestar mis querencias, de modo que, en lo que importa, ha funcionado bien mi condición de campesino medieval, como se definía Gómez Dávila. La oración trasciende los tics. Algunas sorpresas mías también se las agradezco porque me iluminaron zonas más lejanas del mensaje de Cristo. Y, por otro lado, cuánto he celebrado cada una de las coincidencias, como su seriedad al hablar del demonio, su contundencia contra el aborto, su amor a Dante, al que dedicó la carta apostólica Candor lucis aeternae (la claridad de la luz eterna), y su contracultural defensa de la gran literatura en general y de la poesía en concreto.

Si una persona sólo es leal al rey que le cae de perlas, entonces no es monárquico. Ser católico romano es lo mismo, pero más. “Más papista que el Papa”, qué bonita expresión y qué vigoroso ideal. Que parece confirmado por las circunstancias. El hecho de que su último acto fuese la bendición urbi et orbi, la celebración de la Resurrección, el estallido de la alegría pascual, después de tantos meses de enfermedad, tiene el aura de un signo. La Providencia nos lo ha querido guardar, tras toda una cuaresma durísima, hasta el lunes de Resurrección.

Por nuestra fe y más en estos días, no cabe dramatizar la muerte, que no tiene, como sabía Francisco, la última palabra. Lejos de frivolizarla, esto nos lleva a una oración más intensa. En la que se han de fundir las preces por Francisco con las que pidan por el próximo pontífice. Como antaño se decía “ha muerto el rey, viva el rey”, hoy decimos: ayer murió el Papa, viva el Papa de mañana. El alma de Francisco, mientras tanto, vive, y su cuerpo resucitará, ésa es la fe que él representó en la tierra. Pedimos, agradecidos y reverentes, que la claridad de la luz eterna le bañe siempre.

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