De cantores y rapsodas

29 de septiembre 2024 - 03:08

La radio de mi coche no es precisamente un dechado de tecnología y apenas me permite sintonizar un par de emisoras sin ruidos. Así que, sin alternativas y en plena conducción me veo obligado a escuchar a una artista –al parecer colombiana– Karol G que canta “Mientras me curo del cora (zón)”. La chica dice “No estoy en mi mejor momento/ Pero yo mejoro de a poquitos/ Hoy estoy down, pero yo se que mañana será más bonito” y, a continuación, expone su receta para mejorar: “Salud, porque tengo a mis padres bien/ Y a mis hermanitas también/ Hoy no estoy al cien, pero pronto se me quita/ Con cervecita y buena musiquita”. Como se ve todo un prodigio de poesía que en rima y métrica haría palidecer (del susto) a Gonzalo de Berceo o el arcipreste de Hita, ambos muy adeptos a las estrofas en cuaderna vía.

A pesar de que ni la lírica ni la melodía de esta chica parecen gran cosa, resulta que es famosísima y capaz de llenar de gente, varios días seguidos, el estadio Bernabéu para oírla cantar. Otra música que levanta pasiones y monopoliza las emisoras de radio es el reguetón y esta es la sofisticada letra de Gasolina, obra de Daddy Yankee, uno de sus más eximios representantes: “Zúmbale mambo pa’ que mi gata prenda lo’ motore’/ To’ los weekenes ella sale a vacilar/ Mi gata no para ‘e janguear porque/ A ella le gusta la gasolina/ Dame más gasolina” –estribillo repetido ad nauseam. Este tema de un artista puertorriqueño con ínfulas de pirómano tuvo tal éxito que es considerado un himno del pop en español y ha sido reconocido por la Biblioteca del Congreso como una de las canciones… qué cambió la historia musical en el mundo y EEUU.

Aunque el verso del poeta (y soldado) Jorque Manrique que dice: “A nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”, puede sonar –dicho hoy– a chocheo de viejo, lo cierto es que al menos en lo referente a la música parece ser verdad. No solo es que los textos de las canciones sean pobres en léxico y sintaxis y con un vocabulario acorde con el de los niños de Primaria, sino que la música tiene una estructura simple y repetitiva que cada vez se acerca más a los sonidos primitivos de los indios o las tribus africanas. Qué atrás queda la sofisticación de las letras escritas por Aute en Sin tu latido o Las cuatro y diez, o los fascinantes versos de Ojalá de Silvio Rodríguez: “Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo/ cuando caigan/ para que no las puedas convertir en cristal”. Cómo no admirar como fusionaba física y poesía Antonio Vega en Una décima de segundo o el estilo quevediano de Joaquín Sabina en Pongamos que hablo de Madrid o Calle Melancolía: “Vivo en el número siete, calle Melancolía/ Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría/ Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía/ En la escalera me siento a silbar mi melodía…” .

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