Las capacitaciones

21 de mayo 2024 - 00:00

Hay veces en que la insolencia nos lleva a pensar que todo lo que se hizo en el pasado no fue sino un amago de algo mejor porque queremos imaginar que lo hemos perfeccionado en nuestros tiempos. Pero no. Lo habitual es que hayamos avanzado en las técnicas, pero no en la ética.

En la Antigua Roma existía el “cursus honorum” (“la carrera del honor”), una preparación para todos aquellos (casi siempre nobles, todo hay que decirlo) que quisieran desempeñar algún cargo público. Así, y empezando desde abajo los futuros Padres de la Patria iban fogueándose y a nadie se le ocurría ni imaginar que alguien sin ese conocimiento pudiera desempeñar las más altas tareas de la República.

Y en previsión de un síndrome conocido y del que nadie se libra, el orgullo, entre cargo y cargo se imponía un período de descanso. Que si no se hacía así los personajes se creían imprescindibles por la gracia de Zeus y ya no valían ni para estar escondidos.

Para poder ejercer de edil te tenías que haber fogueado en puestos similares que te otorgaran la capacitación necesaria para la tarea que tenías por delante.

Para cualquier cargo, los pasos previos eran muchos más y más complejos. Años en obras públicas, contabilidades, juzgar y bregar con todo tipo de tareas... que no significaban honradez absoluta, ni mucho menos, pero sí conocimiento de los temas en los que ibas a servir a la ciudadanía. “Servir a”, no “servirte de”. Que las preposiciones las carga el diablo.

El equivalente en la política española es ninguno. La cualificación para la política no la dan la formación, la experiencia laboral o en cualquier otro campo de la vida. La capacitación la da el pertenecer a un partido político desde años, estar en la corriente adecuada en el momento justo, ser parte de la cuota territorial, tener, cómo no, el apellido idóneo o en algunos casos el linaje que te lleva desde la sangre de tus antepasados hasta exprimir la sangre de tus coetáneos.

Y la validación la da haber sido tocados por el correspondiente dedo divino para ir en unas listas.

Poseer formación o experiencia no garantizan la catadura moral, la capacidad de trabajo ni el carisma, pero la carencia de esos requisitos es, cuanto menos, sospechosa y no da pistas sobre la valía de la persona así adornada. O da demasiadas. Vamos que apesta. Así, hemos pasado de preparar en la realidad a los futuros gobernantes a abandonarnos a la nada más absoluta (salvo por el iphone y el coche oficial) para dar sentido a la frase del Mayo francés: “La inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido”.

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