El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Nuestra Señora del Carmen es la denominación común de Santa María del Monte Carmelo, una de las diversas advocaciones de la Virgen María referenciada al monte del mismo nombre en Tierra Santa cerca de Haifa (Israel) al que se retiraron un grupo de ermitaños (carmelitas) devotos de la virgen e inspirados por el profeta Elías. Quizá por estar situado sobre los acantilados que dan al Mediterráneo, la Virgen del Carmen fue declarada patrona de los marineros, celebrándose su fiesta el 16 de julio.
Mi particular manera de “celebrar” a la patrona de los marineros fue, sin embargo, volver a ver la película Capitanes intrépidos, con la que, de manera accidental, me topé en un canal televisivo. Dirigida en 1937 por Víctor Fleming (El mago de Oz y Lo que el viento se llevó) es una adaptación de la novela de Rudyard Kipling que narra la historia de Harvey, un niño rico y malcriado (Freddie Bartholomew) que, expulsado de un elitista colegio americano, regresa en barco a Londres. Un fortuito incidente hace que el muchacho caiga al mar y que sea salvado de una muerte segura por Manuel (Spencer Tracy), un marino portugués que lo lleva a bordo de la goleta We´re Here, que procedente del puerto de Gloucester (Massachusetts) comienza la campaña del bacalao en las frías aguas de Terranova. El caprichoso muchacho deberá permanecer tres meses en el pesquero y allí aprenderá las duras lecciones del mar y, a la vez, de la vida hasta terminar convirtiendo al humilde Manuel en el referente paterno que hasta entonces no había tenido.
Si Moby Dick es una master class sobre la pesca de la ballena, Capitanes intrépidos lo es sobre la penosa pesca del bacalao. Las goletas dedicadas a tal menester llevaban a bordo pequeñas embarcaciones apiladas llamadas doris que se echaban al mar por la mañana, se repartían por el océano y al oscurecer regresaban a la goleta nodriza donde se recogían. En cada dori iban uno o dos marineros pescando bacalao a la línea (sedal con anzuelo). El trabajo en el barco era extremadamente duro. El bacalao se debía descabezar, eviscerar, quitar la espina y lavar antes de almacenarlo en la bodega. Allí se hacían pilas alternando el bacalao fresco, abierto y eviscerado con capas de sal. En las pilas, el bacalao comenzaba el secado por sal. Todo el trabajo en el barco era manual y a la intemperie. El frío, los temporales y el hielo complicaban aún más la tarea de los marineros. El niño se curte a marchas forzadas al punto de escoger tan dura existencia (al lado de Manuel) a su privilegiada vida anterior. La muerte del marinero portugués le devuelve a su padre real un niño convertido en hombre que se despide de su amigo en la emotiva ceremonia que se celebra en el puerto de Gloucester para rendir homenaje a los fallecidos en el mar. Una obra maestra.
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