Crónica personal
Un cura en la corte de Sánchez
Aveces Caronte, el barquero que traslada las almas desde el mundo de los vivos al de los muertos, allá en esa Laguna Estigia, que veo representada por el pintor flamenco Patinir, se empeña en llevarnos a la fuerza y no como el pintor lo representó, navegando en aguas calmas, sino atacando por sorpresa con un agua brava, apresurada y que ruge, imágenes que captadas por las cámaras, encogen las almas.
Es imposible sustraerse en estos días aciagos al dolor de tanta gente que pasa de una vida corriente, rutinaria, preocupados por el horario, recoger a los niños, comprar, visitar deprisa y casi de refilón a los mayores, y con la mirada puesta en los gastos que se les han venido encima, IBI, hipoteca, letras del coche y los gastos de esas fiestas que ya están en las puertas.
Ahora esas vidas han quedado truncadas tanto para los que la han perdido como para los que quedan, porque no hace falta ser muy imaginativo para pensar en esos momentos en los que se veían personas arrastradas por la fuerza de esa agua que en nuestro levante y sur es tan escasa, que esperada con tanto deseo ahora se muestra patéticamente encabritada; casas que han crecido a veces sin concierto, son borradas del mapa y finalmente, como emblema terrorífico del tiempo en el que vivimos, coches amontonados en las calles obligando a un stop definitivo y lúgubre.
Tras esto, solo queda pensar en esa idea tópica de lo que somos, un grano minúsculo en una playa vacía de vida. Pero, como si con todo esto no fuese suficiente, se sigue escuchando ese rumor de palabras inconexas, sin orígenes claros que envenena la sangre y el dolor de aquellos que lo han perdido todo. Aquí y allá se escuchan expertos en todas las materias que existen en el mundo; crear realidades hipotéticas sin comprobación es muy fácil. Lo difícil es ofrecer nuestros hombros y manos donde compartir el dolor y la ayuda. Y después tendrán que venir los análisis de los que realmente saben, para que estas tragedias que van a ser cada vez más recurrentes no se lleven lo único que no se puede reemplazar, la VIDA.
Cuando el barro no esté en esas calles; cuando rehagan el puente de la Font del Omet, donde jugaban dos niñas andaluzas con la chiquillería valenciana, será el momento de que urbanistas, geógrafos y las gentes del común, se sienten y repiensen cómo hacer más seguras y habitables sus ciudades; y educar a los ciudadanos chicos y mayores en que el Estado somos todos y la gobernanza de un país necesita de la implicación de todos sus miembros.
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