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Ignacio Martínez
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Uno no es consciente de las realidades de los demás hasta que le toca padecerlas o, al menos, tiene un caso muy cercano al que le afecte. Esto se refiere a todos los ámbitos de la vida, pero hoy me refiero a un caso muy concreto, como es la movilidad de las personas discapacitadas.
Circular por las calles de Algeciras en silla de ruedas o con problemas de movilidad es como ir por la jungla evitando trampas. Da igual si estás en una barriada o, incluso, en la mismísima Plaza Alta. Pasear se convierte en una auténtica carrera de obstáculos para ir salvado losetas levantadas, rotas o ausentes –según el caso–, ramas de árboles que invaden el espacio o, por supuesto, cacas de variado tamaño abandonadas por las incívicas familias de los perros.
Durante años no fui muy consciente del alcance de este problema. Hasta que empecé a llevar en su silla de ruedas a mi padre, que en paz descanse, y descubrí lo intrincado que es que la persona vaya medianamente cómoda cuando la proporción de losetas en condiciones, especialmente en la zona de nuestra casa, es sangrante.
No hace falta ir en silla de ruedas, ya que mi madre con sus problemas de rodilla padece un caso semejante, sorteando las mismas trampas. El riesgo de caída es alto y no quiero ni pensar en las consecuencias que podría tener una.
A esto se suman calles a las que no han llegado algo que consideramos ya básico, como son las rampas para los pasos de peatones. Por poner un ejemplo concreto, es imposible recorrer la calle Séneca sin subir o bajar, como mínimo, dos bordillos, lo que obliga a que muchas personas vayan por la calzada, con el consiguiente riesgo que supone.
Con esto no pretendo señalar que el Ayuntamiento no trate de arreglar las calles; algunas, de hecho, tras los arreglos quedan que ni pintadas. El problema es que, con una población de avanzada edad cada vez más amplia, es necesario un plan más amplio para hacer la ciudad más amena para todos.
Todo lo descrito no es algo exclusivo de Algeciras, pero no puedo evitar referirme a esta ciudad, que es donde tengo el placer de vivir y en la que llevo años presenciando el efecto que tiene esta situación que padece un colectivo cada vez más amplio de la población cuyo único pecado es no tener la agilidad de un chaval de 20 años.
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