Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Nuestra relación empezó cuando ni tenía uso de razón. Recuerdo nuestras tardes en la calle, nuestros partidos con dos porterías hechas de sudaderas...
Pero cuando verdaderamente formalizamos este amor, fue a mis 10 años, en un equipo masculino, siendo yo la única niña.
Aún puedo sentir la ilusión de esas primeras veces; mis primeras botas, mi primer número a la espalda, que, por cierto, ha sido también el último. Mi primer gol...
Recuerdo como nos quisieron separar a mis 14 años por lo de ser mujer, pero el fútbol femenino empezó a crear su propia historia en el Campo de Gibraltar y decidimos formar parte de ella. Así que nos rehicimos y encontramos a ese equipo en el que nuestra conexión fue más allá.
Allí, fuiste tú quien me presentó a mis personas favoritas, a las que hoy son la base de mi todo. La base de mis cimientos. La base de mi memoria. Mis amigas.
En aquellos años seguía viviendo con la misma intensidad cada entrenamiento, cada partido. Seguía ilusionada como el primer día y eso que dicen que con el tiempo las relaciones se enfrían...
Juntos ganamos ligas, fuimos a la selección, jugamos en segunda división, en primera… ¡EN PRIMERA! Un sueño hecho realidad.
Vivimos situaciones duras, vimos cómo nos echaban de los clubes a los que pertenecíamos. Como compañeras se alejaban, como pasábamos por un entrenador y otro. Pero nos hacíamos uno y seguíamos adelante, seguíamos creyendo en este 36’5 de pie, que, a veces, era un guante. Seguíamos creyendo en mis ganas, en mi constancia, en mis ansias por seguir aprendiendo de ti. En mi ilusión de cada domingo. Esas horas de vestuario compartidas, ese todas a una. Ese grito antes de salir al campo o esas miradas en silencio mientras el entrenador nos daba su último aliento. Ese “hoy marcas, sabes hacerlo” o esos abrazos antes de que empezase a rodar el balón… Ese sentir del gol o esa parada de tu portera salvando al equipo in extremis.
Llevamos juntos toda una vida, quién nos lo iba a decir, ¿eh?
Por eso necesito que entiendas este cambio, este giro de tuerca que le voy a dar a nuestro vínculo.
Mi amor hacia ti es incondicional, no cabe duda de que eres lo que más ha movido mi mundo, lo que más me ha hecho sentir... Y sé que seguirás haciéndolo, pero de otra manera.
Ahora, he decidido estudiarte, conocer tu historia. Conocer cada rinconcito de ti para poder enseñarlo a las siguientes generaciones. Generaciones que vienen pisando fuerte y a las que les transmitiré todo lo que siento, todo lo que he vivido.
Así que, mi “colgar las botas” no lo tomes como una despedida. Tómatelo como ese cambio que tiene que dar una relación tan larga para no caer en la rutina.
Gracias porque sin ti no sé qué hubiese sido de mí. Te quiero, FÚTBOL.
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