Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Es gracioso recordar los principios de la televisión en España. Esa época en que el aparatito era símbolo de estatus y quien poseía uno era como mínimo miembro de las fuerzas vivas. Y ya cuando años después vino la tele en color aquello fue el despiporre. Recuerdo hasta quien, para aparentar, colocaba unos papeles de celofán encima de la pantalla para dar la sensación de color.
Cuando empezó a popularizarse el trasto, en muchos hogares los padres de familia (las señoras entonces sólo alcanzaban a ser amas de casa) obligaban a las señoritas en edad de merecer a echarse un trapito por encima cuando las nenas veían la tele por aquello de la decencia, que eso de estar frente a un señor (el presentador) con las rodillas al aire era de descocadas y en los peores casos de mujeres fumadoras, horrible estigma.
En ese contexto, en el que los hagiógrafos de la nostalgia babean y comienzan a inventar el pasado como si no hubiera un pretérito imperfecto de subjuntivo, se produjo una anécdota que a mí siempre me ha encantado por lo ilustrativo del proceso mental. A saber, Mariano Medina, uno de los primeros hombres del tiempo de TVE, contaba cómo en muchas ocasiones la gente le paraba por la calle para hacerle todo tipo de preguntas relacionadas con su actividad televisiva. Lo mejor de lo mejor fue cuando una señora le hizo un ruego de madre abnegada: "Don Mariano, haga usted el favor de dar buen tiempo para el fin de semana, que es que se nos casa la niña".
La inocencia de finales de los cincuenta, sin duda.
Pero hete aquí que en este nuevo siglo de avances sin fin, de televisores en la muñeca y rodillas al aire, se escucha cómo a los hombres y mujeres del tiempo (milagros de la modernidad) se les está no rogando, sino insultando. Ellos/as, que transmiten la realidad de la predicción científica (aunque suene contradictorio es así), son los Jinetes del Apocalipsis para los de las toquitas en las rodillas.
La Agencia Española de Meteorología denuncia que lo menos que les dicen es "Asesinos", "Criminales", "Miserables" o "Sicarios de la información al servicio del mal" por cometer el nefando pecado de hablar del cambio climático o de la sequía (la famosa pertinaz).
Y ahora ya no podemos hablar de ignorancia, aunque sí de ignorantes, de gente que confunde causas y razones con conspiraciones sin fin, encumbrados por media hora de gloria a los que la vida hace tiempo que no les da para más y ahí andan, en el arduo empeño de desparramar hiel y estolidez a partes iguales, defendiendo como libertad de expresión lo que no es sino amenazas e insultos. Lo curioso es que cuanto más llamamos inteligentes a las teles con más imbéciles nos encontramos en este lado de la frontera.
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