La catedral en sombras

22 de diciembre 2023 - 00:30

La Navidad es tiempo de luz. Los días acortan con la constancia de los ciclos constantemente repetidos, la oscuridad borra muy pronto los horizontes y el cielo se muestra profundo y fresco. Quizás por ello practicamos la inveterada costumbre de alumbrar tantas sombras sobrevenidas. De niños apurábamos hasta el final para montar un belén con figuras de barro, cortezas de chaparros, prados de musgo y nieve en forma de crenchas de algodón o bolas de corcho blanco. En las vitrinas de Nogue, Bianchi o Bécquer se exponían altivos remates puntiagudos con los que se remataban esqueléticos árboles con ramas de espumillón envolviendo alambres. De allí pendíamos tiras de luces y frágiles bolas que lograban sobrevivir el paso de los años. En las calles tendían aparatosos cables de los que colgaban arcos y guirnaldas con gruesas bombillas de escasos vatios que dejaban un reflejo amarillento en las fachadas. Era costumbre acercarse a las puertas de Almacenes Mérida, en una calle Tarifa repleta de miradas, para ver colas de estrellas que desde las cornisas descendían a unos escaparates sin huellas de renos, cascanueces, ni ancianos de barba blanca y risas impostadas.

Ahora, estos días de largas noches y oscuros horizontes, millones de bombillas led iluminan las calles de la ciudad. En la plaza Alta se ha erigido una vistosa muestra de arquitectura telescópica donde se ha recreado todo un crucero catedralicio de canónicas proporciones. Cuatro naves ojivales confluyen en la fuente de roleos trianeros y sus cinco faroles de forja semejan un cimborrio terrestre adonde se dirigen columnas metálicas sobre bases manejables de hormigón que sostienen muros de luz, bóvedas de luz, paramentos de luz. Sobre ellos se insertan rosetones y vidrieras de plástico donde se han calcado escenas del nacimiento, la adoración y la epifanía.

Nuevas técnicas y fulgores portátiles reproducen góticas vidrieras, apuntados arcos, brillantes nervaduras e ingrávidas cubiertas bajo una muchedumbre laica que come buñuelos, escucha estribillos y contempla manos infantiles que lanzan petardos sobre el granito rojo de la solería. Como telón de fondo, la torre de la Palma, a cuyo balcón se ha colgado un lucero fugaz, y la sólida fachada blanca que parece ensombrecida ante el perecedero crucero de luces que se alza frente a ella.

La Palma, heredera del templo que fue erigido como catedral por Clemente VI mediante bula papal firmada en Aviñón el 30 de abril de 1344. La Palma, canónica sede episcopal de una Insula Viridis hoy olvidada, como la isla que le dio nombre y como el rango que hoy nadie parece reivindicar. Eterno dintel de piedra y siglos, alta torre que simboliza a todo un pueblo. Campanas con el tiempo dentro que volverán a sonar esta Navidad, cuando se ha recreado una efímera catedral de luz a sus puertas, aunque la verdadera permanezca atrás, olvidada, como un telón en sombras.

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