Notas al margen
David Fernández
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Elpasado sábado amaneció con los tintes típicos y clásicos de un día de verano en este rincón del sur. La olas de la bajamar, en su destino programado, llegaban a morir a la orilla. La misma orilla por las que paseaban, en su rutina diaria, las máquinas de limpieza que dejan tras de sí un tatuaje de surcos en la arena, signo inequívoco de que la playa vuelve a estar preparada para un nuevo día de ajetreo estival. Todo ello rematado por el vuelo y algún que otro graznido de las gaviotas, que, bien madrugadoras, se agolpan en pequeñas reuniones a lo largo del litoral, increpando, alguna que otra vez, esas labores de saneado.
Todo transcurría con cierta normalidad dentro del guión establecido, pero en su interior la ciudad lo sentía. Percibía que algo no cuadraba, que algo no estaba en su sitio; un runrún recorría las calles, un murmullo que se hacía más atronador conforme avanzaban las horas del día.
“Niña, hoy sale el Medinaceli, ¿no?”, “¿A qué hora es? ¿A las 20:30? Entonces habrá que irse antes hoy de la playa”.
Así, poco a poco, se fueron cerrando las sombrillas y Santiago se convirtió en un hervidero de gente llegada desde los diferentes puntos de la ciudad. El gentío fue abarrotando cada una de las calles aledañas a la iglesia y, como una cuenca hidrográfica, fue recogiendo los afluentes de personas que llegaban puntuales para ver la salida del señor Cautivo y su Madre de la Trinidad en el aniversario fundacional de la hermandad.
El punto álgido no solo de la procesión, sino del día, se produjo con la llegada de la misma al centro. Hacía tiempo que este opinador a tiempo parcial no veía tanto movimiento en los alrededores de la calle Real: terrazas a reventar, los bares doblando o triplicando sus mesas para intentar dar de comer a todo el que asomaba la cabeza por sus puertas. El sentir general era el mismo: “¡Qué barbaridad cómo está todo!”. Parece ser que la fórmula de una procesión junto con un sábado de agosto dio muchos más frutos de los esperados para todas las partes. Del mismo modo, parece que los indicadores que colocan a La Línea dentro de una dinámica creciente en cuanto a la acogida de turismo no mienten, sino que siguen aumentando, y ojalá así sea.
El paso, en este caso compartido por el Cristo y la Virgen, enfiló con toda la comitiva el itinerario de regreso, dejando tras de sí otras tantas estampas inéditas, como su presentación en Salesianos, y un reguero de emociones compartidas tanto entre los de la fe al Señor como entre los de la fe en sus trabajadores en los locales de hostelería.
En este punto, sin haber podido cenar, pero con la inmensa alegría de ver a un pueblo que estalla en bullicio en una noche de verano, recogí mis bártulos y me fui a tomar una merecida copa una vez las pulsaciones de la ciudad bajaron. Así fue cómo, tanto unos como otros, quedaron cautivos del mes de agosto, de una forma u otra.
Nos vemos el próximo sábado.
Tribunus Plebis.
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