Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
No sé cuándo fue la primera vez que oí que el Mediterráneo se había convertido en un enorme cementerio. La frase sigue vigente: en lo que va de año, hasta septiembre, un total de 2.357 migrantes han muerto o desaparecido en las aguas del Mare Nostrum en su camino hacia Europa, según datos del proyecto Missing Migrants de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Uno de los que sí logró llegar a España me advierte que quedarse con esa cifra es engañoso. Los que llegan a montarse en la patera son los menos. Primero hay que atravesar el desierto, el infierno del Sahara. Ahí es imposible contabilizar los muertos y desaparecidos. Ahí no hay cámaras, ni patrullas policiales, ni barcos salvavidas, ni nada.
Para hacerse una idea, la OIM, que trabaja también contra los peligros del desierto y su continuidad en las travesías en barco por el Mediterráneo, registró en 2016 a 335.000 migrantes que viajaban vía Níger hacia Libia o Argelia para subirse a algún barco hacia Europa, pero sólo tuvo constancia de 111.000 regresados a Agadez en sentido contrario.
El mayor desierto cálido del mundo, con territorios de 11 países (Argelia, Chad, Egipto, Libia, Mali, Mauritania, Marruecos, Níger, Sahara Occidental, Sudán y Túnez), es paso obligatorio para los que buscan a la desesperada el Mediterráneo y solo encuentran la desgracia y la fatalidad. Desde 2014 el Proyecto Migrantes Desaparecidos ha documentado los decesos y desapariciones de más de 5.600 personas en tránsito por la Hamada, el infierno según los saharauis que viven refugiados en Tinduf. El lugar llama la atención por su poca arena. Olvídense de lo que han visto en las películas. Es un terreno pedregoso, caracterizado en gran parte por un paisaje árido, duro, de mesetas rocosas. Nadie puede oírte pedir ayuda allí.
En Europa andamos muy preocupados con la masiva llegada de migrantes (antes venían por el Estrecho a la costa del Campo de Gibraltar, ahora se ha masificado la ruta canaria). Nos empeñamos en impedir que crucen –Frontex tiene tres operaciones desplegadas en el Mediterráneo– sin pensar en los que mueren mucho antes. Pero en realidad, sus vidas no nos importan nada. Si no, nos detendríamos a pensar un momento en por qué quieren meterse en el viaje más peligroso que puede realizarse para escapar de sus países. Alguien tiene que estar muy desesperado para jugarse la vida de esa forma. O Europa ataca el problema en el origen o jamás hallará una solución. Y el Mediterráneo seguirá acumulando muertos. Si el Sáhara lo permite.
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