Unos centímetros más

06 de mayo 2024 - 00:15

Es cosa normal a lo largo de la Historia. Cuando se produce un episodio de horror inconmensurable, siempre se tiende a pensar que ya no volverá a repetirse, que algo “humano” dentro del ser humano despertará de su letargo y le hará renunciar para siempre a la violencia y a la crueldad. Pero tristemente no es así. Los que vivieron la I Guerra Mundial la llamaron “Gran Guerra” no solo por su dimensión internacional, sino para que no se olvidase la enorme capacidad tecnológica que la humanidad había alcanzado en el rubro de matar y que había conducido a un saldo de más de 10 millones de muertos y otros 20 de heridos. No habían pasado ni 20 años cuando volvió a desencadenarse una II Guerra Mundial que, además, venía provocada por un totalitarismo de derechas malvado y genocida. El austríaco Stefan Zweig, que tanto había denunciado los horrores de la guerra de 1914, no podía creerlo, no podía entender que el mundo volviera a enzarzarse en un conflicto bélico de semejante magnitud como si no hubiera aprendido nada del pasado. Terminó exiliándose y suicidándose, mientras los nazis asesinaban en sus campos a otros 17 millones de personas por razones étnicas, religiosas, ideológicas, de condición sexual o de discapacidad.

Cuando se conoció el balance de la guerra –unos 60 millones de muertos según los cálculos más optimistas– y se vieron las imágenes de los supervivientes de los campos de exterminio, la humanidad volvió a pensar que algo tan horrible nunca volvería a suceder. Pero sucedió… y sucede. Pareciera que no hay vacuna contra la guerra y sus efectos y que ella misma es consustancial a una “naturaleza humana” que no repudia la crueldad, ni contra las personas ni contra los animales ni contra el propio planeta, y que reincide una y otra vez carente de la más mínima empatía.

Han persistido las guerras –sonoras o silenciosas– y han continuado los genocidios, que hoy día se siguen produciendo en Myanmar, Sudán del Sur, Irak, Siria, República Centroafricana… unas veces porque se es cristiano y otras porque se es musulmán o de otra etnia. Los israelíes que sufrieron el holocausto lo perpetran ahora contra los civiles palestinos. Si lo decimos, es que somos antisemitas o pro terroristas. Es como decir que somos anti alemanes por rechazar el nazismo.

Habría motivos para perder toda esperanza si no fuera porque todavía, ante el horror, la gente de bien, esa otra cara de la “naturaleza humana”, se echa a la calle para protestar. No arreglan el mundo del todo, pero hacen que avance unos centímetros en la carrera por la solidaridad, la paz y la justicia. El mundo fue algo mejor tras los levantamientos juveniles de los sesenta: más libre, más solidario, más ecológico, más pacifista… Y, ahora, en plena expansión del totalitarismo, mientras el gobierno de Israel aniquila a la población palestina, los movimientos universitarios auguran que algo podrá cambiar, que puede llegar otra ola de democracia, que podemos avanzar unos cuantos centímetros más.

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