El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Como ocurriera otrora con el GIL y el liderazgo gerencial de Juan Carlos Juárez, fagocitado más tarde por el PP y finalmente inhabilitado, estamos -ya lo escribí en una pasada entrega- ante una situación pintoresca y, por el momento, de un gran paralelismo con aquella otra de principios de siglo. La Línea 100×100 es -como ellos mismos dicen- "un grupo de vecinos" cansados de la desidia que, no sabiendo a quien atribuirla, cargan sobre los partidos tradicionales, "que ya han demostrado sobradamente su incapacidad".
Tienen razón, pero no llegan hasta donde hay que llegar para conocer en profundidad cuál es la causa primera de sus males. Pues, cuando el tardofranquismo sentó las bases para que la comarca fuera dueña de su destino; sacudiendo su dependencia laboral de la vecina colonia británica y del chalaneo y la economía de alcantarilla que ello suponía; La Línea pudo haber encontrado, como sucedió en el resto de las concentraciones urbanas de la comarca, lo fundamental para una supervivencia digna. Pero no fue así y, en efecto, el paro y la falta de recursos laborales han acabado por castigar más a La Línea que al resto del Campo de Gibraltar.
Es curioso que a nadie se le ocurra decir (pensar, seguro que lo piensan muchos) que la causa primigenia de sus males es su proximidad a la colonia. Me refiero a la raíz de la que derivan el paro, el estraperlo, la inseguridad y la dependencia que padece el pueblo linense. Derivaciones que están propiciando la aparición de un ambiente en el que encontrarán fácil asentamiento males mayores de proyección imprevisible. El espectacular respaldo alcanzado por La Línea 100×100 debiera animar a sus activos a no abundar en el mantenimiento del estatus de la colonia sino a combatirlo. Es La Línea lo que debe importarles y no Gibraltar. Que no se detengan en fantasías ni en despistes programados; a poco que reflexionen, se convencerán de que lo que no puede llevarse a cabo sólo sirve para perder el tiempo; es de Gibraltar de lo que debieran ser independientes y no de su Campo. Hay en México un dicho al que se recurre con frecuencia cuando las circunstancias lo inspiran. Se atribuye a un presidente, con treinta años de ejercicio, que conoció bien a su tierra y trabajó mucho por ella. Me refiero a Porfirio Díaz (1830-1915), que ante la violencia y el desorden que sufría su país, dijo en una ocasión: ¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!
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