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Nunca olvidaré la mañana en la que me perdí por el centro de Bologna. Estaba en una ciudad desconocida e intentaba comprender la vida que me rodeaba, que me parecía sacada de una escena de una película exageradamente bella: puestos de flores, músicos en la calle, saludos tiernos entre las vecinas, comida que parecía estar riquísima. Cuando me acerqué a la Piazza Maggiore un tumulto de gente me impedía el paso. Ondeaban banderas, gritaban fuerte y en colectivo.
Todo el mundo sabía algo que yo no podía entender en las conversaciones por las que pasé de largo: el día anterior seis personas murieron trabajando en una planta hidroeléctrica al norte de la ciudad. Esa tarde tenía un billete para llegar a Sevilla y el vuelo no salió, tampoco discurrían los autobuses urbanos con normalidad por las calles: Bologna entera se puso en huelga la primavera de 2024.
En el Campo de Gibraltar murieron 5 personas trabajando en 2023, 110 murieron en Andalucía y 721 en España. Según las estadísticas los datos mejoran con respecto a años anteriores, pero estas palabras solo sirven para crear titulares llenos de muerte, que hacen referencia a empresas que permiten que sus obreros mueran bajo su tutela. En los primeros cuatro meses de 2024 han muerto 242 personas trabajando y han resultado heridas casi 400.000, tanto en sus puestos de trabajo como in itinere en nuestro país. Muchos números, muchos muertos, mucho daño.
Hace pocos días dos operarios han resultado heridos al caer de un tablero mientras trabajaban en una obra en Sotogrande. La caída no fue un tropiezo ni un descuido: el tablero se rompió y las dos personas cayeron al suelo desde una altura de 1,5 metros, según han recogido algunos medios. Me pregunto qué los ha salvado, cuál ha sido el motivo por el que no han muerto, si irán tranquilos a trabajar después de esto, si tendrán más cuidado, si se sentirán afortunados. Me pregunto cómo de cerca está la muerte de los obreros de este país.
Parece que las muertes trabajando están justificadas, que no tienen remedio. Pobrecitos, decimos, pensamos, mientras pasamos la página del periódico para enterarnos de alguna otra novedad que haya protagonizado la actualidad del día de ayer, con la sensación en la boca de que siempre mueren los mismos.
En abril de 2024 Bologna alzaba la voz por la seguridad laboral de sus trabajadores, por la vida de sus vecinos. Nunca olvidaré aquella mañana de película en la que una ciudad entera se movilizaba y reivindicaba el derecho a no morir mientras se trabaja.
Los organismos y empresas se enriquecen a costa del tiempo de vida de sus trabajadores, de las actividades que realizan durante sus jornadas laborales u horas extra. Que estos entes y sus beneficios permitan que las personas que tienen a su cargo mueran no es solo una cifra que aumente con el paso de los días, es también un delito. Nadie se merece sentir mientras trabaja para otro, la muerte tan cerca.
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