El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Viva Franco (Battiato)
Llega septiembre, la coda del verano. Hay quien opta ahora por el Slow Travel y las vacaciones en clave amable. Septiembre es como un intersticio, el tránsito entre el supuesto edén perdido y el regreso monocorde a los hábitos. La luz se vuelve ebria y cobra ese amarillo que pareciera la peladura del preotoño (siempre y cuando el cambio climático no nos estropee la frase). Las tardes se acortan antes de que llegue el naufragio. El canto de la chicharra tiene como otra tonada de serrucho y los rabos de las lagartijas, que aun cortados coleaban misteriosamente, son sólo exvotos resecos que los niños truculentos han olvidado ya en alguna pedanía meseteña. Otro año más llega septiembre y el ayer remoto aflora en imágenes antañonas con el pisado de la uva, las últimas fiestas patronales y el olor a compota de higos dulces.
Sí, lo siento. Debo ser uno de los tropecientos opinadores que echan mano de la socorrida columna dedicada a la nostalgia de septiembre. Resulta como la muerte: inevitable. Uno se pregunta si septiembre sigue siendo el mes asociado a los cedazos habituales. Nostalgia. Añoranza. Melancolía. En Carretera perdida, la película noventera de David Lynch, alguien decía que le gustaba recordar las cosas a su manera, no necesariamente tal como ocurrieron. El verano es una recordación en apariencia amable donde el pasado, todo lo más, es o una farsa o una ficción o sólo una hipótesis. El verano, como la nostalgia de septiembre, ahora sí admite expatriados y disidentes. La RAE dice en una de sus acepciones que la nostalgia es “la pena por verse uno ausente de la patria o de los deudos o amigos”. A decir verdad, uno no tiene ya ni la garantía de pertenecer a los ausentes.
Todos los años recordamos en septiembre que nostalgia viene del griego nóstos (regreso al hogar) y de álgos (dolor). Según la tesis presentada en la Universidad de Basilea, la palabra nostalgia fue usada por vez primera el 22 de junio de 1688 por el joven médico suizo Johannes Hofer. La asoció a la añoranza que embargaba a los soldados que se hallaban lejos del hogar. Hofer es la excepción que prueba que los suizos no sólo inventaron el reloj de cuco en su contribución a la humanidad (recuérdese uno de los célebres diálogos en El tercer hombre).
Hace más de diez años que Nick Cave & The Bad Seeds no sacaban un disco. Ahora ha salido Wild God, justo cuarenta años después del debut con From Here to Eternity. Tenía que ser en septiembre, cuando asoman la nostalgia y el desarraigo. Escuchando a Nick Cave uno sí que vuelve a donde los ausentes.
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