Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Han corrido tela marinera para construir el nuevo Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Algeciras. Seis años no está nada mal teniendo en cuenta lo que tardan las obras desde que cualquier administración decide ponerlas en marcha hasta que se inauguran. Esta empezó a plantearse en serio en 2017, cuando el Gobierno no sabía dónde meter a los cientos de inmigrantes que llegaban en patera a través del Estrecho.
Con el dinero de Europa, se proyectó el CIE “más social y más humanizado” del continente. Para ello se diseñó con el objetivo de que no pareciera una prisión, ni por dentro ni desde fuera. La cárcel ya está en los bosques de Tánger, debieron pensar. Aquí somos más civilizados que eso.
El caso es que mientras se ponía ladrillo sobre ladrillo, España tuvo un conflicto diplomático de los gordos con Marruecos a cuenta del Sáhara. Y luego hicieron las paces, lo que derivó en una serie de ayudas económicas al país vecino, que ahora se dedica a frenar el paso de inmigrantes no me quiero ni imaginar cómo.
La cuestión es que aquel CIE nacido para acoger a 500 personas, que pretendía servir de modelo para todos los que están por venir tanto en España como en otros países europeos, los llamados a sustituir a las viejas y decrépitas cárceles, se ha quedado viejo antes de su inauguración. O, mejor dicho, desfasado. Sus pistas deportivas, su piscina, su biblioteca, sus salas de visitas y sus instalaciones para la atención médica y social permanente, no tienen ya los usuarios que había cuando se planteó. Iba a tener 700 camas, luego 500, pero en realidad no hay quien duerma en ellas.
En el viejo CIE de La Piñera, también reformado, apenas viven ahora una treintena de personas que han entrado en España sin papeles. La mayoría, por no decir todos, son extranjeros con condenas inferiores a 6 años de prisión cuya pena ha sido conmutada por la expulsión del territorio.
Teniendo en cuenta que en un CIE no se puede estar más de 60 días, que sólo entran personas que han cometido delitos –que son minoría– y que sólo de según qué países, el edificio que puede observarse ya en todo su esplendor en Botafuegos más vale que le pongan una ‘n’ por medio y lo conviertan en un cine.
Ha costado 33 millones. No sé cuánto costaría una entrada.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Cambio de sentido
Carmen Camacho
La ley del deseo
Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
Los frutos carnosos y otras burocracias de Tosantos
La ciudad y los días
Carlos Colón
El Gran Hedor
Lo último