La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
En la Algeciras medieval y dieciochesca desembocaban cuatro caminos, que oportunamente procedían de los cuatro puntos cardinales. Al ser un enclave situado en la orilla del mar, se encuentra geográficamente constreñida por la línea de costa al este, además de por una cordillera de elevaciones que limitan su término por el oeste. Estos condicionantes geográficos han determinado que la estructura urbana de la ciudad se organizara a partir del eje norte-sur.
En el mediodía se abría la puerta de Tarifa, adonde llegaba el camino que arribaba a la ciudad tras descender el alto del Bujeo y cruzar el arroyo de los Guijos. Una vez traspasado el cortijo de la Piñera, bajaba hasta el río de la Miel que se cruzaba por el puente del Matadero y desde allí se podía divisar el escorzo de la espadaña de la Caridad, que daba la bienvenida al viajero, el cual, a través de la calle Tarifa, se internaba en la plaza Baja, espacio de relaciones y mercados.
En el norte, el camino de Gibraltar bordeaba la bahía y se aproximaba a los arrabales urbanos tras cruzar el arroyo de los Ladrillos y ascender a la huerta del Mirador. Allí recibía al caminante una entrada bien acondicionada: hileras de árboles lo conducían hasta la embocadura de la calle Convento, entonces conocida con el pomposo topónimo de Imperial, que lo dirigía hacia el Consistorio y la plaza Alta, epicentro social y religioso de la ciudad.
En el este, el mar era en sí un camino que dio sentido y forma a Algeciras desde sus inicios. Marinos y navegantes enfilaban la bocana del puerto que tuvo su origen en el cauce bajo del río de la Miel, hoy desafortunadamente cubierto. Las inmediaciones de la Marina eran ágora y destino, confluencia y punto de partida. Todo un espacio babélico y abierto, donde se hablaban todas las lenguas y se oían todos los acentos.
En el oeste, al final de la calle de los Guardas, estaba la puerta de Jerez. Allí desembocaba la Trocha, utilizada por los que arribaban desde poniente a través del corredor de la Janda. Tras descender los puertos y el alcornocal de la Rejanosa, la vía llegaba a la ciudad por Pajarete. Manteniendo una cota a salvo de las crecidas del río, seguía los ejes curvos de las actuales Santa María Micaela y San Vicente de Paul para arribar a intramuros a la altura de la Vinícola.
A partir de finales del XIX, el camino fue perdiendo caminantes. Esa puede ser la causa de que Algeciras siga careciendo de un eje urbanístico este-oeste que la vertebre y llegar hasta el centro desde los pagos de poniente sigue siendo todo un ejercicio de intrincadas revueltas. Desde entonces, poco se ha hecho por planificar racionalmente una ciudad que tiene en el urbanismo su asignatura pendiente.
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