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Cada año, además de las comidas, los regalos o los adornos en las calles, la llegada de las fiestas navideñas también la marcan las películas de Navidad que regresan una y otra vez a la parrilla televisiva o que voluntariamente desempolvamos de la caja de los DVD para complacer a la familia. A pesar de ser en blanco y negro, Qué bello es vivir, de Frank Capra, es el clásico por excelencia. James Stewart tiene el propósito de suicidarse en Nochebuena, pero su ángel de la guarda le muestra a través de diversos flashback a cuánta gente ha ayudado y como sería su pueblo si él nunca hubiera existido. Es una versión libre del Cuento de Navidad de Dickens y una exaltación del espíritu navideño, siendo de obligada emisión en estas fechas.
Solo en casa, Love Actually o la genial Pesadilla antes de Navidad (que mezcla dos universos mitológicos, la navidad y el día de los muertos), son películas referentes por estar ligadas a esa suerte de bonhomía que se apodera de la gente en estas fechas. Incluso una película tan violenta como La jungla de cristal se ha ganado la etiqueta de “navideña” en función de su coincidencia temporal con las Pascuas. Menos conocidas, pero extraordinariamente emotivas, son La Navidad de Charlie Brown, donde Carlitos, Snoopy y su pandilla reflexionan sobre el consumismo de estas fiestas y Navidades blancas, un vibrante musical en el que escuchamos a Bing Crosby interpretar un entrañable villancico: White Christmas.
Sin embargo, es el “producto nacional” el que más nos toca la fibra sensible en este tiempo de emociones a flor de piel. La gran familia, rodada en 1962, nos cuenta las vicisitudes de una familia más que numerosa (Alberto Closas y Amparo Soler Leal son padres de quince niños) que vive en un caos controlado con la ayuda del abuelo (José Isbert) y del padrino (José Luis López Vázquez). El extravío de Chencho, el hijo más pequeño, en el mercado navideño de la Plaza Mayor de Madrid y el desconsuelo del abuelo que pierde de vista al niño y que, a pesar de su ronquera, grita desconsoladamente “¡Cheeeencho!” se ha convertido en una escena icónica del cine español. La contemporaneidad de su argumento demuestra el talento de su productor, Pedro Masó, y de su malogrado director Fernando Palacios. Un año antes de La gran familia se rodó la otra película representativa de la Navidad española: Plácido, una comedia costumbrista de Berlanga que bebe del neorrealismo italiano pero enriquecido y aderezado por el esperpento valleinclanesco. Recurre al humor más corrosivo y cruel para hacer una crítica de una sociedad hipócrita que solo manifiesta sus buenos sentimientos en las fechas navideñas adhiriéndose a la campaña “Siente un pobre a su mesa”. Pocas cosas han cambiado desde entonces: como a las figuras del belén, seguimos sacando a los pobres de los armarios… ¡para la cena de Nochebuena!
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