Crónica personal
Un cura en la corte de Sánchez
Qué extrañas se ven, a veces, las personas, las cosas y sus interacciones desde este recodo. Quizás porque no esperaba salir al encuentro de los incautos lectores que me suelen visitar o porque el calor difumina las formas, que se deshacen en vapores ascendentes.
En esta estación del año el calor inclemente, con medias superiores a las registradas durante todo un siglo, exalta los ánimos. Truman Capote, cuando escribió su A sangre fría, además de mostrarnos cómo se puede matar sin que haya un motivo, sostenía que el calor extremo desata la furia, que una vez estalla no hay quien la pueda detener. Esa teoría del escritor y guionista norteamericano viene a coincidir con los estudios más académicos y científicos de López Pinillos; cuando en la sangre, por un fenómeno puntual de tensión ambiental, fluye en cantidades anormales la adrenalina, nuestro cerebro evolucionado de Homo Sapiens deja de actuar para ponerse en acción el “reptiliano” y primitivo cerebelo. Ya no hay quién lo pare. Sólo tiene tres maneras de reaccionar: atacar y no terminar hasta la muerte; pararse y confundir al adversario haciéndose pasar por muerto o huir aunque sea saltando al vacío.
Hasta ahora me imagino que vosotros trataréis de enlazar estas explicaciones con mi primer párrafo. Y hacéis bien; trato de explicaros que para mí, y en la retaguardia de mi guarida, veo pasar ante mí un desfile tortuoso de gentes embutidas en coches o motos que giran desesperadas para ganarle tiempo al tiempo. Están de vacaciones, y por eso se ven en la disyuntiva de hacer y hacer y hacer cosas, o como muchas sostienen rentabilizar ese mes de vacaciones donde continúan corriendo como galgos por ser los primeros en llegar al súper, o al restaurante dónde han quedado con otros que corren como liebres igual que ellos; o hacen deporte para luego subirse al coche que les llevará a su casa donde se ducharán regateándole segundos a los relojes de sus móviles para llegar exhaustos a la siguiente placentera cita.
Debo de estar muy desfasada. Veranear para mí era cambiar las playas de mi zona para ir a un pueblecito de la serranía de Málaga, oler a higueras, baño frío en las aguas del Genal, jugar y mucho tiempo para aburrirme. Es decir, diametralmente opuesto a lo que ahora se entiende por “estar de vacaciones”.
En este pequeño collado, rodeada de plantas olorosas de nuestra zona –romero, tomillo y cercanas a las casas jazmines y damas de noche– los movimientos acelerados de las personas y sus objetos me producen vértigo y ganas de que llegue el frío. O quizás que me saquen de un martes y me lleven a un miércoles mucho más próximo en el que yo debía publicar la columna, me ha hecho escribir corriendo como “pollo sin cabeza”…Y así ha salido…
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