La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Cuandome monto en el coche, justo después de arrancar, nada más incorporarme a la vía desde mi comedido aparcamiento en cualquier calle de la ciudad, un sentimiento de plenitud me abraza desde lo más profundo de ese lugar, tan exacto como desconocido, en el que el alma y la conciencia se unen.
Poco a poco el coche va avanzado, como despabilándose. Fluyen los líquidos a la temperatura exacta, se enciende una luz que me permite seguir conduciendo y pasar la itv y me acomodo a una velocidad constante. Más tarde o más temprano, siempre acabo llegando a mi destino.
Lo que ocurre entre el principio y el final del trayecto es un viaje. Más allá de las primeras acepciones de la RAE, el viaje en coche es algo que también te saca de ese propio viaje y te lleva a otro lugar, un lugar elevado desde el que pensar de otra forma. Este viaje solo posible durante la conducción, nos permite incluso resignarnos a un atasco, a ayudar a un enemigo que pide socorro, o a no conseguir llegar a tiempo. Conducir y esa experiencia en la que nos imbuye es solo posible gracias a la confianza. En el transcurso del tráfico nos dejamos llevar, flotamos, nada nos pertenece y nuestra voluntad ya no es del todo nuestra. Como en una coreografía interiorizada sin haber sido aprendida, todas las personas damos lo mejor de nosotras mismas, todas ponemos nuestro granito de arena para que el flujo fluya, para que cada una, dentro de su aparato mecánico, llegue.
Conducir es seguir una lógica que deviene de unas normas no del todo complicadas. Hay maneras que hemos interiorizado por el mero hecho de vivir en una sociedad, decisiones que no hace falta ser enseñadas en una autoescuela, como por ejemplo que hay que parar si un niño se lanza a la carretera, independientemente del color del semáforo. Hay algo muy humano, por lo general, en la conducción.
Esta confianza en el momento de encontrarnos a bordo del vehículo se basa en una premisa compartida: mientras conducimos todas estamos en peligro, todos sabemos el desastre que sería chocar con el de enfrente, nadie quiere que eso ocurra. Cada conductor da lo mejor de sí mismo, se hace responsable de sus actos, atiende a su alrededor, observa e intuye de una forma única qué es lo que puede pasar, como evitar cualquier situación innecesaria.
Conducir es protagonizar colectivamente una historia, separarnos sin apego de nuestra compañía durante kilómetros, aceptar lo inesperado, no dar nada por hecho y practicar la eficiencia. Cuando conducimos, miramos por nosotros mismos y por quienes tenemos cerca, nos cuidamos y comunicamos por un objetivo común lleno de pequeñas individualidades.
Esa actitud que adquirimos al conducir se queda ahí, sobre las cuatro ruedas. Qué bueno sería sacarla de paseo antes de activar el cierre centralizado, llevarla con nosotros siempre y actuar buscando el bienestar colectivo como forma de vida.
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