Contradiós

27 de septiembre 2024 - 03:05

No va a ser esto un sesudo artículo de geopolítica, doctores tiene la sinagoga. Es simplemente la constatación de un puñado de hechos que reclaman razón. Vengo reiteradamente defendiendo la sumisión legítima de los Estados del mundo a una ONU o Gobierno supranacional con capacidad ejecutiva (y legislativa en materia de Derechos básicos), supuestamente ya hay metatribunales que juzgan cuestiones de lesa humanidad. Los gobernantes que financian o toleran grupos terroristas, esto es: que practican la violencia para conseguir sus fines políticos (incluyan ahí la religión) deben ser expulsados del sistema y juzgados, sin duda. Pero la guerra legítima tiene también sus normas y quienes no las cumplan deben igualmente ser penados. Ahora, que no está ocurriendo eso, tenemos la situación clásica fruto de las contradicciones, cualquier cosa: que los terroristas se convierten en víctimas y las víctimas en terroristas.

Netanyahu, político con un historial no muy ejemplar, gobierna con sectores de la ciudadanía extremos de Israel, donde el fanatismo y el racismo no son nada ajeno; criticar sus decisiones es algo ideológico, jamás anti-nada, jamás antisemitismo, al contrario: argüir que la crítica a Israel es antisemita supone una torcedumbre muy canalla y reduccionista. La elección entre terrorismo o arrasar está podrida a priori, estar en contra del terrorismo no significa justificar crímenes que, no yo sino gente con autoridad, algunos califican como genocidio. Este presidente de un Gobierno legítimo, sin duda, en vez de argumentar y trabajar por una coalición internacional indiscutible para negociar y neutralizar a los criminales terroristas que secuestran, violan, revientan… ha decidido arrasar su entorno, sin distinguir a quién, con dos consecuencias claras: primero, poner en peligro claro la paz mundial; segundo, generar un espíritu de venganza incontrolable entre sus víctimas que si, en principio, supone un aplacamiento de la violencia (lo dudo) por aplastamiento, a la larga está destrozando el prestigio mundial de Israel y larvando un terrorismo o un espíritu belicista que será mucho peor en el futuro.

Se queja el secretario general de la ONU, Guterres, del nivel de impunidad insoportable que poco a poco se hace con la política mundial; las decisiones de Netanyahu son una reacción a un ataque, cierto, pero es que no tiene ningún interés en reunirse con nadie para ver las resoluciones de la ONU o los Tribunales Internacionales y ceder (requisito indispensable en toda negociación) ante sus enemigos, que lo serán por algo; su instrumento es “por sus santos cojones” y a tragar. La Comunidad Internacional debe decirle “¡No!”, sin apoyar a Hamás o Hezbolá, sin caer en las demagogias inasumibles de Irán, sino enfriando una situación que se les va de las manos a un grupo de ultrarreaccionarios intolerante y criminal, y nada más. Este criterio debería aplicarse en dos tercios de los países reconocidos del mundo, que son dictaduras, pero no interesa. Lo demás es politiquería inhumana.

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