El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Justo cuando se acaban las vacaciones se acostumbran a estrenar en los cines (y plataformas) las películas que, presumiblemente, más dinero recaudarán la próxima temporada: Bitelchús, Gladiator, Alien: Romulus, Misión Imposible, Spiderman… y unas cuantas más de la inagotable factoría de Marvel Comics.
Como se ve la mayoría son remakes, secuelas o precuelas. Ya se han hecho diez películas y dos series de televisión a partir de El planeta de los simios, una magnífica y original historia de ciencia ficción a la que le sobraba cualquier añadido, tras cerrarse con uno de los finales más espectaculares de la historia del cine: la imagen medio enterrada en la arena de la estatua de la Libertad, contemplada por un estupefacto Charlton Heston que acaba de descubrir que estaba de vuelta en la Tierra.
A pesar de que se han llevado veinte veces a las pantallas de cine y doce más a las de televisión, esta temporada son “novedad” las aventuras de Edmundo Dantés en el Conde de Montecristo. Ya incluso se pierde la cuenta de las perfomances de los dinosaurios en el cine a raíz de Jurassic Park. Unas criaturas, otrora desconocidas, que hoy son más familiares para los niños que gallinas, cerdos o cabras. Y qué decir de las exitosas sagas de monstruos, en las que, cansados de repetir, ya se llega a rizar el rizo juntándolos en una misma película: Godzilla vs. Kong. Esta inclinación a utilizar fórmulas seguras antes que recurrir a ideas originales probablemente tiene que ver con que los estudios clásicos (MGM, Paramount, 20 Century Fox, Warner Bros…) han sido reemplazados por grandes empresas corporativas más atentas a las cuentas de resultados que a la calidad de sus productos y, ante los desorbitados costes de las producciones cinematográficas minimizan los riesgos apostando por reciclar éxitos ya contrastados. Sin embargo, no conviene ignorar la responsabilidad de los espectadores en la “infantilización” de Hollywood.
Una cosa es el cine que la gente dice que quiere y otra aquel en el que se gasta el dinero y lo cierto es que prefieren argumentos fácilmente digeribles y, a ser posible, apoyados en la gran espectacularidad que proporcionan las modernas tecnologías. Las franquicias de superhéroes o las sagas fantásticas (Star Wars, El señor de los anillos, Harry Potter) garantizan una inversión sin riesgos además de añadir la posibilidad explotar un nuevo negocio, el merchandising. Es muy dudoso que el público actual llenase las salas de cine par ver las películas de Bergman, Kubrick, Linch y ni siquiera las de Hitchcock. Agotan las entradas (de ahí las secuelas) de Resacón en Las Vegas, Padre no hay más que uno o Campeones. Ahora bien, toda regla tiene su excepción y, en este caso, existe una saga cuyas secuelas son iguales o mejores que el original: El Padrino.
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