Ojo del muelle
Rafa Máiquez
Ya tenemos el lío formado
La tribuna
PARECE haber absoluto consenso entre especialistas de la economía, articulistas, comentaristas, tertulianos, e incluso entre el común de los mortales, sobre la situación de crisis del sistema económico de mercado. También hay acuerdo respecto a la coincidencia de las raíces de la actual deriva con el advenimiento de las denominadas políticas neoliberales, a partir de las administraciones de Thatcher y Reagan, de las iniciativas de las organizaciones económicas internacionales y del progresivo e incontestado dominio de los pensadores del fundamentalismo liberal, a lo Milton Friedman y la Escuela de Chicago.
Sus recetas han acompañado al crecimiento ampuloso de los flujos financieros a lo largo del mundo, evitando los controles políticos por parte de administraciones, de la sociedad civil, e incluso de las autoridades financieras; han animado el crecimiento en espiral de fenómenos especulativos ubicuos, primero aplicados a las empresas de nuevas tecnologías, luego a los mercados hipotecarios y otras formas de deuda y al conglomerado de la construcción, más tarde a las materias primas, alimentos, biocombustibles, petróleo…; han atizado el mito de la creación permanente de riqueza... Es decir, durante las últimas décadas, el homo oeconomicus dejó de ser un modelo de comportamiento racional y se hizo carne, habitando entre nosotros.
Ha traído consigo la concentración de riqueza en cada vez menos corporaciones y grupos sociales, la diferenciación social, la exclusión y la segmentación en las sociedades opulentas -qué decir de las otras-, el desacoplamiento entre la denominada economía real (ese conjunto de bienes y servicios con los que, producidos, distribuidos y consumidos estábamos familiarizados la gente de a pie) y la financiera (esa red de flujos y redes de dinero virtual, acciones, paquetes de títulos, deuda, derivados, etc., con su lógica de progresión geométrica en crecimiento), hasta el punto de que el valor de los activos reales de la economía mundial era varias veces inferior al valor de los objetos financieros.
Mecanismos infamantes como las stocks options o las primas que se han asegurado los directivos de las grandes corporaciones implicadas en los juegos de las finanzas no son más que una señal de hasta qué punto la concepción dominante de la economía reducía ésta a lo que Aristóteles denominaba crematística: el arte de hacer dinero. Del mismo modo que la generalización de prácticas de especulación inmobiliaria entre clases medias y altas, en los últimos años, podemos considerarla otro síntoma del triunfo del capitalismo financiero.
Poco adelantaríamos si no obtuviésemos varias lecciones básicas de esta situación, que parece reproducir otras crisis pasadas. 1) La primera de ellas es que el Mercado como institución que regula espontáneamente los intercambios económicos es ineficiente cuando no existe la posibilidad de establecer controles sobre las finalidades de las transacciones, cuando no se reflexiona sobre sus consecuencias sociales, laborales o sobre los ecosistemas. Es cierto que logra crear burbujas de riqueza, pero de un tipo particular de mercancía, el dinero, que se concentra además en nódulos específicos sin llegar a redistribuirse. 2) Las burbujas de riqueza dineraria no pueden ser restituidas por otras nuevas, sobre otras mercancías y mercados, como han promovido las autoridades monetarias en las dos últimas décadas mediante el constante abaratamiento del precio del dinero, facilitando así la espiral de deuda. Se ha consumado lo que el filósofo Jean Baudrillard denomina transeconomía, en la que los capitales flotantes de lo financiero se han vuelto autónomos respecto de los tejidos económicos productivos, de modo que la jabonosa burbuja de capitales, en su conjunto, se escapaba a nuestro control político, e incluso a nuestras dotes de comprensión. 3) Pero, frente a lo que sostenía el pensador francés, los lucros de la economía financiarizada han acabado repercutiendo en la economía productiva, en el ahorro, en el consumo, en las posibilidades de trabajo, etc. Ejemplificando las consecuencias de la burbuja inmobiliaria en España, sus resultados han sido demoledores: ha creado mercados de capital y de trabajo inflados, que terminan desmoronándose; desincentivan inversiones en actividades estratégicas productivas, así como en investigación y tecnología; imponen dependencias financieras en administraciones -particularmente las locales-, y dependencias económicas de sociedades locales a las que se presenta el crecimiento inmobiliario como única alternativa; por no decir de sus consecuencias sobre las cargas de deuda en las familias hipotecadas y de la destrucción de paisajes y ecosistemas. 4) La última de las enseñanzas puede ser la más compleja de aplicar, aunque no es difícil de exponer: habría que evitar pensar la economía a través de metáforas como las burbujas, el soufflé, o el cáncer, por su rápido crecimiento e inestable estructura. Hay que enterrar al homo oeconomicus, capaz de reducir todas las dimensiones del ser humano a la de sus ambiciones utilitarias y el afán dinerario. Hay que re-economizar la economía, re-politizarla, re-valorizarla y re-socializarla y entonces la crisis, a pesar de sus víctimas y sus angustias, habría valido la pena.
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