La crisis de Getsemaní

Paisaje urbano

El papa Francisco, en su discurso ante la Curia Romana de diciembre de 2020, reflexionaba sobre el sentido de la crisis, como una etapa obligatoria en la historia personal y en la historia social, que se nos manifiesta como un “acontecimiento extraordinario que causa un sentimiento de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre en las decisiones que se deben tomar”. Nadie está a salvo de la crisis, y en la misma Biblia tenemos ejemplos elocuentes de ello: La crisis de Abraham, puesto a prueba hasta el punto de sacrificar un hijo por el nacimiento del pueblo de Israel; la crisis de Moisés, manifestada en su eterna duda sobre sus propias condiciones para guiar a su pueblo en el éxodo; la crisis de Elías, el profeta impetuoso, que deseó su propia muerte; o la de Juan el Bautista, desconcertado ante la petición humilde de todo un Dios que esperaba tronante para que lo bautizase.

Pero sin duda la crisis que más nos sigue interpelando, y que todavía sigue sin poner de acuerdo a los exégetas de las escrituras, es la de Jesús de Nazaret en el Huerto de los Olivos en la noche grande de la Pascua, justo antes de ser prendido, traicionado por Judas, y abandonado por los suyos. Confluyen en la crisis de Getsemaní todos los factores que alteran el normal juicio del hombre: la angustia, la soledad, el desamparo… que se repetirá sólo unas horas más tarde cuando colgado en lo alto del madero, como la peor escoria, exclame: “Señor, señor, ¿por qué me has abandonado?” (Mt, 27.46). ¿Cómo explicar este sentimiento extremo, radicalmente humano ante la adversidad, experimentado por un ser sobrenatural? La respuesta, nos dirá el Papa, hay que encontrarla en la propia luz del Evangelio. Es precisamente la confianza plena del crucificado en su Padre lo que abrirá el camino a la resurrección.

Si hasta el mismo hijo de Dios vivió su particular crisis, qué nos puede esperar a nosotros, y a nuestras hermandades. En estos tiempos de sobreexposición mediática y excesos por todos lados, cualquiera puede vivir su particular crisis de Getsemaní, con su olivo y sus sayones, pero quizás sea esta una buena oportunidad para, como San Pablo en el camino de Damasco, dejarse transformar por la crisis, y aprovechar su impacto para buscar nuevos caminos. Es lo que pediremos esta tarde los hermanos de Los Panaderos cuando el Señor del Prendimiento abra de nuevo sus manos a la tarde de la calle Orfila en plenitud de cornetas y tambores.

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