Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Gafas de cerca
Ha girado por las redes sociales un vídeo que los censores no han “capado”. Un grosero término que, aparte de su acepción veterinaria, es ya también informático, y denota la forma de limitar los accesos a contenidos indeseables según el criterio del dueño del cortijo digital de turno, allá por Silicon Valley, donde tienen sede varias de las principales empresas mundiales en influencia y valor en bolsa; entre ellas, varias de dichas redes. Un desnudo o un coso taurino son anatema; la crueldad chistosa, puede que no.
Un niño de unos diez años, pertrechado con arneses y casco en la rampa de despegue, recibe indicaciones de un monitor o empleado de la tirolina por la que el chaval, nervioso, se dispone a atravesar por el aire el delta de un río. ¿Un fake?: la cara del niño es del todo verídica. Su rostro se ve aterrorizado hasta las lágrimas por el sadismo de los consejos del tipejo: “en caso de que veas que te vas a caer”, “se han caído algunos”, otras cabronadas. Al chisposo no se lo ve, sólo se lo oye. Lo que iba a ser una aventura que contar en el cole se convierte en un horror inolvidable: el adulto se ceba metiendo miedo al tierno. Decía una profesora de mis hermanas: “Las bromitas, para que nos riamos todos”. Quien hace bromas a costa de los demás gasta un humor dudoso; si es costa de alguien débil, es un canalla.
Sin valor estadístico el dato, aquellos “contactos” de cuyo “perfil” me ha saltado ese vídeo no tienen hijos. Los que más severos e irrefutables consejos dan sobre la educación de los niños no tienen descendencia (no son todos, claro). Pero son expertos en la llamada “Generación de Cristal”. Su pólvora pedagógica tiene la misma credibilidad que la de un curángano dando lecciones de sexo marital. Por mi trabajo, llevo tratando con jóvenes, ya mayores de edad, treinta y tantos años: más de una generación. Y no albergo temor a equivocarme si afirmo que, curso tras curso, no van siendo peores ni mejores que quienes criamos canas, adiposis ventral o piel de naranja.
El olvido idealista del que hacen gala quienes señalan a los nuevos como frágiles, perezosos, consentidos y otras lindezas es un patético trasunto del verso de Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre: “Como, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. No convirtamos tan melancólica sentencia en un truño como la copa de un pino, tan grande como la desembocadura del Guadiana en la que un cretino violenta una inocencia irrepetible... para colgarla en Facebook. De cristal astillado tiene ese individuo el píloro. La gracia, donde dijimos.
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