El culo del Supremo

La ciudad y los días

10 de abril 2025 - 03:06

Es cierto. No era una noticia falsa, ni una simulación hecha con inteligencia artificial. Durante su discurso en una cena del Comité Nacional Republicano del Congreso, Trump dijo: “Estos países nos están llamando. Están besándome el culo, se mueren por llegar a un acuerdo”. Simulando, para ridiculizarlos, una vocecilla suplicante: “Por favor, por favor, señor… Lleguemos a un acuerdo, haré cualquier cosa, señor”.

Según él ha humillado hasta tal punto al mundo entero, que hace cola para besarle el culo, que se presentó como el único negociador posible por encima de su propio partido y, lo que es más grave, de las instituciones: “Y luego veo a algunos republicanos rebeldes decir que el Congreso debería encargarse de las negociaciones. Mira, os digo una cosa, tú no negocias como yo negocio”.

Yo el Supremo, que diría Augusto Roa Bastos. Porque parece que ha llegado a la Casa Blanca uno de esos dictadores caricaturizados y denunciados por los escritores latinoamericanos en ese subgénero de la novela del dictador que une al Roa Bastos de Yo el Supremo con el Miguel Ángel Asturias de El señor presidente, el Alejo Carpentier de El recurso del método, el García Márquez de El otoño del patriarca o el Vargas Llosa de La fiesta del chivo. Pero Trump ha llegado a través de las urnas y Estados Unidos sigue siendo una democracia, se me dirá con razón. Cierto. Por eso el caso Trump a sus muchas consecuencias negativas, suma la de poner de manifiesto el punto más débil de las democracias: la posibilidad de que los votos den el poder a un sujeto indeseable que lo utiliza para forzar, distorsionar y en el peor de los casos liquidar la propia democracia. La mayoría de las veces se hace a través de un partido radical, como Mussolini en 1924, Hitler en 1933, Boleslaw Bierut en 1947 o Mátyás Rákosi en 1949, que en esto de utilizar las estructuras democráticas para reventarlas desde dentro fascistas, nazis y comunistas son primos hermanos.

Afortunadamente, Estados Unidos nada tiene que ver con la Italia de los años 20, la Alemania de los años 30 o la Polonia y la Hungría de los años 40. Es la democracia más antigua del mundo, no hace falta recordarlo. Pero esto no hace sino más preocupante que un individuo así pueda ser elegido por sus conciudadanos. Porque evidencia el punto más débil de las democracias en la que es, junto a la inglesa, la más antigua y estable de la historia.

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