Cultura de todo

Gafas de cerca

02 de julio 2024 - 03:06

Septiembre, Lisboa, Bairro Alto, ocho personas, cuatro parejas. Después de guardar una tediosa cola de forasteros, nos sentamos a cenar en uno de esos sitios otrora magníficos que el dios turismo acabó por convertir en pastiches. Ya liquidada la cuenta, nos dispusimos a tomar la copa de marras, esa que los grupos de amigos españoles no se perdonan. Los combinados venían cortos. No ya de destilados, sino de cubitos. La conclusión de Juan Carlos, a quien llamamos Emérito, fue: “En Portugal no hay cultura del hielo”. Una sentencia –cierta, por lo demás– que con el tiempo se antoja avanzada en el uso de un cliché –cultura de todo– que ahora impera, y lo mismo vale para un roto que para un descosido, pareciera que el concepto que sea se aliñara con ringorrango: cultura del esfuerzo, cultura de la cancelación, cultura del emprendimiento. Pero, también, cultura del tardeo o del café, cultura del patinete, del potaje, del poliamor o de la sanación.

A pesar de que ha hecho hasta frío en este final de junio, y ha llovido benéficamente, las autoridades, sin duda con buen criterio, promueven una “cultura de la sequía” que nos conciencie de que agua dulce es un bien escaso; más que conciencia, resiliencia, otra contemporánea palabra perejil, hace no mucho desconocida hasta por los psicólogos. Creo recordar que en los viejos manuales de Teoría Económica no se consideraba al agua un “bien económico”, porque no estaba sujeto a precio ni a condiciones restringidas. En esto tiene que ver que los economistas clásicos no eran de secarrales como Australia o Yemen, sino de países con agua abundante, como la bella Escocia.

Sobre los primeros días de verano, la ministra de Sanidad, Mónica García, presentó la campaña Un verano de cuidado, con el necesario propósito de recordar que las altas temperaturas y el sol son peligrosos en esta estación. Nada que no se haya advertido siempre, y que no haya, desde hace siglos, ido conformando un repertorio popular de defensas frente a la canícula. Eso de las costumbres ya cuadra más dentro de la palabra cultura, mucho más que –juro que lo he oído– la cultura de Hawaii 5.0 o que la cultura del border collie. La ministra, neologista de campaña, con ese afán adánico y descubridor que fue un rasgo distintivo del ahora maltrecho planeta Podemos, promueve una “cultura del calor”. Se trata de “fomentar que la gente adopte hábitos de autoprotección (...) que reduzcan el impacto...”. Está muy bien recordarlo a la población. Lo más más novedoso es lo de “cultura del calor”, eso también.

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